-Isabella te voy a contar algo- Hace dos años camino a la universidad me tropecé con un joven y caímos al piso, obvio que él tuvo la culpa por venir despavorido. Pero me miro con una cara como si yo tuviese la culpa, le grité que era un tonto por no fijarse y empezamos a discutir, todos se nos quedaron mirando y cuando ya me pude calmar se me quedó mirando me arrebató la libreta de la mano y escribió “tonta llámame 555-768-98” cuando me la devolvió alejándose con una sonrisa y ví lo que decía me hirvió la sangre y le grité “jamás lo haré”.
Los meses siguientes como estaba en el mismo campus lo seguía viendo, pero trataba de ir en otra dirección a la de él. Siempre que coincidíamos él me sonreía y me guiñaba el ojo, -yo lo detestaba demasiado-. Fue hasta el último semestre de mi carrera cuando por obligación tenía que dar una materia cultural “estúpida materia”, ese día llegué tarde y el profesor ya había dado las indicaciones y establecido los grupos de trabajo. Cuando me ve a mí dice “ahora sí estamos pares” yo lo miro extrañada y me dice –diríjase hacia el joven, que estaba solo-. Cuando vi quien era casi me atoro con mi saliva “podría ser cierto que se trataba de ese tonto”. Cuando voy caminando hacia donde él, le podía ver su sonrisa irónica y triunfadora de aquí a china; me siento a su lado y él me dice – hola tontita por fin te animas a buscarme- le tuerzo los ojos y no le dirijo la palabra durante toda la clase. Al día siguiente cuando entro al salón, en mi puesto había un chocolate, un bolígrafo con mi nombre grabado y una calcomanía que tenía a un monito súper tierno donde decía que era un tontito y que si podía ser mi amigo; cuando lo leo me sonrío, alzo la mirada y allí está él sonriendo.
Así empezó nuestra historia, entre gritos y odio.