A la vuelta de la esquina me encontré una sombra del pasado. Una esquirla de metralla no tiene tan letal efecto. Soy ya viejo, pero el tiempo me enseñó que no es cuestión de edad la vida plena. Y la prueba es uno mismo. Alguien que ha visto, pero que no ha vivido. Crecí, no me reproduje y todavía no anda uno muerto.
Se preguntará el lector qué puede tener tan negativo efecto.
Qué tipo de espectro hace preferible un balazo. No lo adivinarían nunca quienes no creen en diablos, ni en el infierno.
Se me apareció una silla al volver la esquina. Pero no era una silla cualquiera. Era una silla de barbero. Una silla de barbero arrojada al contenedor de residuos urbanos. Se seguirá preguntando el lector por el origen de tal efecto de un utensilio aparentemente tan inofensivo.
Me explicaré.
Uno de nuestros divertimentos- de niños-, consistía en darle vueltas y hacerla girar. A tal efecto tenía que estar la barbería vacía y el barbero en la rebotica. Era entrar y hacerla girar al compás que prorrumpíamos algún improperio. El barbero escamado puso un día un muñeco. Un muñeco bastante realista, de cuyo cuello brotaba un rastro, bastante realista también, sanguinolento. Fue girarla y encontrarnos desangrado un niño en representación. Ni que decir tiene que no volvimos.
Hoy- ya con achaques cardíacos-, he bajado a tirar los residuos. Demasiado para un viejo como yo. Juraría que era la misma de aquel barbero de la infancia. No sabía que todavía existían. El mismo diseño. No he podido evitar la visión de la representación de aquel degüello.