Me estoy acostumbrando a desayunar cada día con mi hijo,

lo espero pasadas las siete con el té con leche y los doradas tostadas,

compartir estos amaneceres son un agradable evento,

nuestras charlas son ricas en vivencias cuando menos lo esperamos se hizo la hora,

lo beso deseándole que se cuide mucho que todo va ha salir bien,

apresurado sale para su trabajo me quedo en la puerta viéndolo partir raudamente.

Hace dos domingos que al rededor de las once suena el celular,

es mi hija mayor que me viene a visitar,

me amenaza que pronto se irá yo como al pasar le digo que tal vez se quede a comer,

compartimos pensamientos diferentes acaloradas alguna que otra palabra,

mientras tanto preparo el almuerzo,

los temas brotan solos mientras la mesa voy poniendo,

casi sin darnos cuenta entre bocado y bocado los ánimos se van calmando,

los sabrosos alimentos van apaciguando nuestras distintas reflexiones,

a la hora de la despedida reina una adorable paz entre nosotras,

mi beso en su mejilla me enternece como si estuviera mimando a mi niña,

cierro los portones viendo que se aleja en su auto,

su mirada es diáfana mientras que en sus labios lleva dibujada una sonrisa franca.

“Dos de mis fieras están apaciguadas en calma”

CAL.COR