En un solitario cuarto de hotel, el hombre se enfrentó aquella noche decisiva contra sí mismo.
- Te odio-, dijo el hombre.
- Yo te desprecio-, se respondió a sí mismo.
- Toda la vida has sido mi peor enemigo.
- Pienso igual de ti-, rugió su yo.
- ¿Por qué siempre que hago, quiero, deseo o construyo algo, tú haces todo lo contrario?
- Porque todo lo que tú quieres, no lo quiero yo. Si tú construyes; yo, destruyo.
- Estoy cansado de luchar contigo; he llegado al límite de mis fuerzas. ¿Hasta cuándo dejarás de destruir?
- Cuando abandones tus deseos, tus sueños inútiles, tu esforzada esperanza de ser alguien.
El hombre esbozó una sonrisa triste, decepcionada. Dijo:
- Tú ganas. Pudimos ser amigos. Este es el final; ahora el que destruye, soy yo. Arréglatelas como puedas para hacer lo contrario.
Con rapidez, puso en su boca el cañón del revólver que llevaba escondido entre las ropas; sin dudar… apretó el gatillo.