Desleído por el tiempo, Leonidas todavía extraña el regazo de su madre ¿quién no extrañaría esos ojos repletos de lluvia? Cualquiera hubiese odiado ver en ellos una pizca de dolor. ¿Quién no rompería el cielo por volver a sentir una caricia de esas manos?
La infancia cuelga siempre de su mente, se vuelve fantasía y, de a ratos, queda atrapado en un confuso mundo de hadas, duendes y vida eterna . Y en ese limbo no distingue la realidad y lastima, mientras llora por dentro.
Abre con indiferencia el pecho del hada que lo quiso curar sin pedirle nada a cambio, del hada a la que le prometió el mar y el viento. Ella lo mira suplicando piedad y le asegura que está dormido, que deje de rasguñar.
Él, excusándose, le dice que tiene que suceder así, que es su corazón el que manda, no él. Ella, con el último esfuerzo que le queda, le sostiene la mano y le pide: “Mirá al cielo de verdad”.
Él le abre el pecho, le arranca el corazón, lo amasa delicadamente con sus manos tibias y temblorosas, lo mira, lo huele, pero no lo convence; y lo lamenta por un instante. Hace fuerza para llorar; lo guarda en un cajón y sale en busca de otro que todavía tenga color. |