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En este juego el ganador no tiene que saber dónde esconderse porque sabe que tiene que enfrentarse a la fuerza policial que viene de frente. Los puños apretados, vibrantes. Con los dedos ahorcados dentro de las palmas. Él va a fruncir el ceño. Él va a arrugar su frente con rabia, repitiendo esa misma frase en su mente mientras dure parado o termine la marcha. Toma aliento con ganas. Llena sus pulmones de aire y del humo que se acerca por las calles de los costados. Tose un poco y carraspea soltando el cuello tenso que duele por la mala dormitada durante la madrugada en casa de su amada. Ella también está ahí, a su lado, mirando de frente a la masa de botas marchantes con el escudo en mano. Están preparados para dar la pelea. Ella recoge una piedra antes de que queden pocos metros del encuentro. Duda. Mira. Calcula. Aplica lo que la buena profesora de física y el buen profesor de matemáticas les enseñaron en el también buen liceo donde cursaron la enseñanza media. Usa todo el torque en el brazo. La parábola se dibuja perfecta. Un grito acompaña al sólido en su trayecto próximo a reventar sonoro sobre el metal del carro lacrimógeno. La policía viene a media cuadra. Él sigue mirando de frente y el sonido del proyectil le enciende el pecho. Ni un ápice de amor se pierde en el acto del cual es testigo y cómplice.

En ciento ochenta grados reconoce a otros estudiantes de otras edades y establecimientos. Es una muralla humana de jóvenes armados esperando el momento justo, el momento exacto. El fuego se aviva. Hay fogatas en las calles. El humo irrita las pupilas de los transeúntes y comienzan a oírse las estampidas de otros jóvenes que corren, pero algo los detiene. El juego lo comienzan a jugar más personas. Hay un espíritu de crítica y de lucha presente en el reflejo de las llamas en las vitrinas y en las sombras que proyectan los árboles. Menos personas corren. Algunos se giran y observan también a las fuerzas especiales que avanzan.

Somos más, grita alguien. No corran, somos más.

Por primera vez en las calles la muchedumbre se mantiene unida. La policía se detiene. Nadie toma en cuenta las advertencias del megáfono tras las barreras de escudos plásticos. Otra piedra acierta en otro vehículo dando un Do profundo que navega por las cabezas para entrar en el tímpano de un estudiante músico. La orquesta comienza cuando el primer jugador de este juego sensato pone un pie adelante y la muralla se acerca con él haciéndose más densa. La primera fila de defensa se impacienta. Los escudos chocan contestando al sonido de las pisadas educadas en las aulas. Más piedras aplauden.

Él ya no es él, sino un todo. Hay una fuerza de choque que repele la opresión y se demuestra en el roce y el moméntum del movimiento al golpear los cascos y las piernas. Hay inercia y entropía en la muralla. Un desorden pintado con sangre en el plano cartesiano de esta batalla ciudadana que está agotada, que perdió la paciencia y las ganas. No. No las ganas. Las ganas existen, pero de destruirlo todo. Porque el cambio tiene que ser con violencia o no será.

La defensa se repliega. Hay lágrimas de alegría y del efecto de los gases. Hay desgaste, pero en el fondo hay un grito que permanece intacto: Es hora de devolverle a la policía todo lo que nos ha golpeado bajo la idea de un Estado. Algunos corren antes que las fuerzas especiales se pierdan. Los están cazando. Les están inculcando el mismo miedo a la violencia con que ellos cazaban a los estudiantes y a los ciudadanos en otros tiempos, aunque sin matarlos. Y por primera vez también algunos escudos caen al piso porque les pesan y los están alcanzando. Están arrancando y las armaduras pesan. Los cascos pesan. Las piernas pesan. La cabeza pesa.

La consciencia pesa.

Él mira buscando a su fiel amiga y amada compañera.
Ella lo divisa y le besa el cuello descubierto ya que no hay capuchas en este encuentro.
El juego se juega con la cara descubierta. Con respeto y sin vergüenza.

Se miran a los ojos y sonríen caminando de vuelta a casa.

Ambos reflexionan y coinciden en que no hay triunfo más hermoso que besar a la persona que amas entre sus brazos mientras la policía se cae a pedazos.

Texto agregado el 25-08-2018, y leído por 40 visitantes. (0 votos)


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