Aún siento en mi pecho el tatuaje incrustado
de sus manos, entrando sobre mis músculos.
Sorprendido, aletargado, todavía durmiendo,
sano y vibrante, en ese continuo estar desnudo
en el fulgor de la tosca fatiga y la inmovilidad.
En esa tibieza que estremece como si nadie
estuviese despierto oyendo el silencio del agua.
El tatuaje late, como si fuera sombra descarnada
o una vieja brasa que aún muerde, hiriendo la piel.
Texto agregado el 24-08-2018, y leído por 95
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