Cuando Carola cruzó el vestíbulo del hotel rumbo al área de recepción Juan Carlos no le despegó la vista. Sentado en el "lobby-bar", en la diestra un vaso con mezcla de ron y cola, demasiado fuerte considerando que no habían sonado las doce campanadas del mediodía. El abogado intentaba mitigar los efectos que en su organismo le recordaban la noche anterior.
Carola, una escritora de mediana edad, de curvilíneo cuerpo y cabellera rojiza recogida en un chongo, de grandes y brillantes ojos de miel, caminó desbordando seguridad. Mujer acostumbrada a viajar sola, a desenvolverse en un mundo dominado por los hombres, en donde una mujer sin acompañante es vista como "presa fácil" y su inteligencia se ve minimizada por un cuerpo de tentación. Se dirigió al empleado para pedir la habitación que había reservado vía Internet, un paso atrás de ella, el bell-boy cargaba dos maletas no muy grandes, pero al parecer bastante pesadas.
Concluido el trámite de registro, Carola caminó hacia el ascensor seguida por el bell-boy. Habiendo penetrado en el estrecho cubículo de transporte, al dar la cara hacia el vestíbulo, su vista topó con la de Juan Carlos; ella mantuvo firme la mirada, él desvió el rostro.
Apenas se vio sola en la habitación, Carola se dedicó a desempacar. Un poco de ropa y muchos libros, además de una lap top, componían su equipaje. Se detuvo un momento frente al gran balcón abierto para contemplar la magnificencia del mar Caribe, ostentación de la naturaleza; inmensidad que viste con matices en un ir y venir del esmeralda al turquesa; grandeza que se pierde en el horizonte.
Carola desabotonó su blusa y una ráfaga de frescura besó sus frondosos pechos desnudos. Soltó su cabellera y extendió los brazos al cielo; sintió las caricias del viento sobre su torso. ¡Libertad! era su grito de batalla... y se despojó del resto de sus prendas. Así permaneció, brazos y piernas formando una cruz. Aspiró bocanadas de aire con sabor a yodo.
Bajo la ducha, con los sentidos puestos en el agua caliente que recorría los recovecos de su cuerpo, y mientras frotaba su piel con espumosa unción, Carola extraía de su memoria muchos acontecimientos que la pusieron en tal devenir.
Recreó en su mente el mensaje encontrado en e-mail que recibió una noche, mientras trabajaba en su más reciente novela: --¿Te gustan las cerezas cubiertas con chocolate? --Carola sonrió, le pareció graciosa la pregunta, y Como llevaba muchas horas enfrascada en una trama que no la terminaba de convencer, decidió distraerse un momento para contestar el anónimo interrogante. Así, "clickeó" sobre "Responder" y escribió: --Mmmmmm... me encantan. --Sin más, lo envió. Parecía un juego divertido.
El agua caliente reconfortaba su cuerpo sometido a gran tensión durante las últimas semanas, y los recuerdos seguían fluyendo. Recordó que un día después, en cuanto se conectó a su servidor de Internet recibió el aviso de nuevo e-mail en su bandeja de entrada: --¡Qué bien... entonces te voy a regalar muchas cerezas cubiertas con chocolate! --decía el nuevo mensaje. Carola permaneció repasando cada una de las letras, como tratando de encontrar en el texto algún indicio que le permitiera inferir la identidad del misterioso interlocutor, pensó en alguien conocido. Pero esta vez no se mostró tan divertida, aún así, volvió a responder: --Gracias, prefiero conservar la línea. Mucho gusto y adiós. --Y no le dio mayor importancia al asunto, desconectó el Internet y abrió su procesador de textos para concentrarse en el trabajo.
Por tercer día consecutivo encontró al misterioso sujeto: --¿Por qué me cortas de esa manera? Yo sólo quiero regalarte unas cerezas cubiertas con chocolate. --Esta vez Carola reaccionó con enfado, Aporreando el teclado de la PC se apresuró a responder: --Deje de molestar. Si insiste en molestar acudiré a la policía, se lo advierto. --Pero no tardó en recibir respuesta: --Jajajaja... Si yo sólo quiero regalarte unas cerezas cubiertas con chocolate, y eso no es delito. --Indignada por la respuesta, Carola optó por cerrar el acceso a su bandeja de entrada y seguir trabajando.
Así transcurrieron varios días, Carola prácticamente había olvidado el incidente, hasta que, mientras "chateaba" con su madre residente a tres mil kilómetros de distancia, se interpuso en la conversación un participante inesperado. Bajo el nombre de "cherry" escribió: --Cariño... ¿Por qué mantienes cerrado tu e-mail? Así no podré enviarte las cerezas cubiertas con chocolate que tanto te gustan. --Apenas salió de asombro, Carola respondió: --Maldito bastardo ¿cómo hizo esto? ¿qué es lo que se propone? ¿Por qué no deja de molestar? --Y la contestación fue más sorprendente: --¿Por qué me insultas? ¿Por qué haces tantas preguntas? Yo soy capaz de hacer muchas cosas. No me provoques. Yo sólo quiero regalarte una caja de cerezas cubiertas con chocolate.
El miedo embargó a Carola, alertó sus sentidos y reaccionó cortando la corriente mediante el regulador de voltaje de la PC. Temblorosa, sirvió una copa de cognac y la bebió prácticamente de un sorbo.
Durante tres días se mantuvo alejada de la PC, pero Carola veía que se agotaba el tiempo para enviar su nueva novela al editor; tenía que trabajar, de manera que se armó de valor y abrió su procesador de textos. No cumplía una hora trabajando cuando de manera repentina la sacó de concentración el sonido del módem conectándose a la línea de Internet. Extrañada, tardó en reaccionar... Y de pronto, una nueva pantalla sustituyó al texto con que trabajaba. Sobre fondo negro, un gran corazón rojo y al pie el texto: --¿Te acostarías conmigo a cambio de una caja de cerezas cubiertas con chocolate? --Carola estalló en una crisis de nervios.
La PC, herramienta de trabajo de Carola, se había convertido en un enemigo que la acosaba sin parar. Durante los próximos días se sucedieron acontecimientos como el encendido del equipo en medio de la noche, o la aparición de mensajes incrustados en los textos de su novela, mensajes en tono erótico. Lo peor fue cuando comenzaron a llegar a su hogar llamadas telefónicas de enardecidos padres de familia cuyos hijos habían recibido, mediante el e-mail de ella, ofertas para que aceptaran participar en videos pornográficos a cambio de tentadoras sumas de dinero.
Era suficiente, Carola acudió a la policía, pero comprobó que muy poco podían hacer contra sujetos como el que la acosaba. No obstante, le recomendaron dejar desconectado su equipo, cancelar su línea telefónica y su conexión a Internet, puesto que el acosador las tenía controladas. También le pidieron que dejara su hogar por una temporada, el mismo permanecería vigilado de día y de noche. Si lo necesitaba, debería adquirir un equipo nuevo y contratar nueva conexión a otro nombre. Así que, después de recuperar lo que pudo de su novela, texto que estaba cargado con mensajes como: --¿Has hecho el amor mientras comes cerezas cubiertas con chocolate? --Así fue como tuvo que afrontar el costo que implicaba adquirir una lap top y se trasladó a un hotel en la costa del Caribe para recuperar la tranquilidad y estar en condiciones de terminar su trabajo.
Carola salió de la ducha con el ánimo renovado; decidió bajar al restaurante del hotel, pero antes acondicionó lo que sería su mesa de trabajo durante un par de semanas, mismas que calculaba necesitaría para terminar su novela y entregarla al editor. Acomodó los libros de consulta que requeriría y dejó su lap top lista para operar. Una sensación estremecedora recorrió sus entrañas cuando fijó la vista en la pantalla, a tal extremo había llegado la inseguridad que le produjo el acoso que vivió.
En el restaurante, Carola degustaba un filete de pescado a la plancha con guarnición de legumbres hervidas cuando se aproximó Juan Carlos para solicitar, con la atención que distingue a un caballero, su permiso para ocupar un lugar en la mesa. Carola miró a su alrededor y comprobó que el recién llegado, quien le pareció apuesto desde el primer encuentro, decía la verdad cuando hacía notar la falta de mesas desocupadas en todo el salón, de manera que le pareció muy poco cortés negarse ante tal requerimiento.
Durante la comida, la conversación se basó en los motivos por los que estaban en aquel sitio turístico. Carola se limitó a comentar que necesitaba concentración para concluir su trabajo. Juan Carlos se mostró muy interesado en la profesión de ella, diríase que sorprendido de estar con una famosa escritora. A su vez, comentó estar allí para representar a importante inversionista en la compra-venta de una gran extensión de terreno a la orilla del mar. Le habló también sobre el desarrollo turístico que planeaban construir.
--Odiaría distraerte de tu trabajo, pero ¿aceptarías abrir un paréntesis en tu actividad y cenar conmigo esta noche? --preguntó Juan Carlos mientras degustaban el postre.
Carola meditó unos instantes, Juan Carlos le parecía un tipo simpático, interesante, y después de recordar las semanas de tensión que había vivido creyó adecuado y conveniente relajarse un poco antes de comenzar a trabajar, así que respondió:
--En realidad, será hasta mañana cuando me ponga a trabajar de lleno ¿por qué no? Acepto.
--¡Qué bien! en el hotel hay un restaurante italiano, ¿te apetece la comida italiana?
--Claro, me encanta la idea.
--Entonces ¿nos vemos a las 21:00 horas?
--A las 21:00 horas...
Carola apoyó la mejilla en el hombro de Juan Carlos mientras bailaban con suavidad. Se mezclaban las notas de la orquesta con exquisito vino blanco, las pastas preparadas a base de hierbas finas de sensuales aromas, el ambiente mágico con sabor mediterráneo y la agradable compañía. Todo ello le provocaba grata sensación de relajamiento. Por eso, cuando él susurró unas palabras a su oído, ella no dudó en aceptar con leve movimiento de cabeza.
Eligieron la habitación de ella. Mientras el ascensor alcanzaba el piso 11, un torrente de ideas burbujeaba en la mente de Carola ¿habría encontrado el amor que siempre soñó? Juan Carlos la estrechó en sus brazos y ella se entregó.
Solos en la habitación, a media luz y con la vista del Caribe como fondo, sobre cuyas aguas navegaba a lo lejos una embarcación perceptible únicamente por tenues luces que semejaban luceros en el espacio infinito. Carola y Juan Carlos se abrazaron efusivamente y sus ropas comenzaron a caer una a una, mientras su sangre se agolpaba en la cabeza.
Al encontrarse sobre la amplia cama, la vista de Carola se topó por vez primera, desde que entraron en el cuarto, con la negra pantalla de su lap top colocada en una mesa frente al lecho. Una extraña sensación la distrajo. De no haber sido porque en ese momento Juan Carlos preparaba el ataque definitivo, ella se hubiera levantado para retirar de su vista el artefacto. Gratas sensaciones comenzaron a brotar, pero ella, por alguna extraña circunstancia no podía evitar mirar la pantalla. La sentía como un monstruo que la vigilaba, que observaba cada uno de sus movimientos, que se preparaba para acometer. Ese enorme ojo de cuatro lados le impedía alcanzar el anhelado clímax, presentía que en cualquier momento sacaría sus garras y lanzaría el zarpazo que la destrozaría. Juan Carlos parecía no percatarse de la distracción. Ella se sobrepuso haciendo heroico esfuerzo, definitivamente no iba a permitir que un simple aparato inanimado empañara ese momento pleno de felicidad y de grandeza espiritual. Con largo gemido alcanzaron la máxima dimensión del placer y comenzó una suave caída hacia el plácido abismo obscuro. Antes de cerrar los ojos, Carola miró su lap top con el orgullo de quien ha ganado la batalla. Sí, porque había vencido al enemigo luego de semanas de sometimiento.
Cuando abrió los ojos, Carola se percató de que Juan Carlos no estaba en la cama. Extrañada, intentó levantarse y su mano topó con algún objeto sobre la almohada. Al dirigir la mirada a ese punto, el horror se reflejó en su rostro y un grito se ahogó en su garganta... A su lado, una caja de cerezas cubiertas con chocolate.
Desde Cancún, en la costa del Caribe mexicano.
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