Síntesis: Fines del siglo XXI. El Planeta Tierra se había convertido en un Planeta blanco, por la nieve que todo lo cubría y borraba las diferencias. Sin embargo la Vida se escondía dentro de la Tierra, de mil modos diferentes. Los Creadores eran enviados al Laberinto del Minotauros. Marcelo un jovencito de una etnia andina fue llevado por un cura católico a estudiar a una ciudad lejana. En Roma fue ordenado sacerdote por Juan XXIV, en una congregación muy peculiar: llamada la Orden Blanca en respuesta a los signos de los tiempos: su vocación era el hallazgo de las conexiones secretas de las culturas y del género humano. Marcelo no pudo lograr la síntesis espiritual de Europa y los Andes. Dividido, se volvió a su Comunidad, convertido en Chaman. Se casó y tuvo una hija. En un suceso extraordinario su mujer murió y su hija desapareció. Marcelo la buscó y la halló en Roma con unas monjas emparentadas con la Orden Blanca. Allí la encuentra. Marcelo prepara el regreso a los Andes.
Marcelo pasó muchos meses en Roma. Hurgó en Bibliotecas. Halló rastros de la Pachamama en literatos, filósofos y científicos europeos. La orillaron sin saberlo..
Hizo amigos en varias universidades italianas. Muchos de ellos sabían del Laberinto, la Orden Blanca y la Congregación de religiosas donde su hija crecía en altura y profundidad.
Los sábados por la tarde, con puntualidad golpeaba el portón del monasterio. El diálogo con la Madre Superiora se extendía por largas horas. Despacio y con prudencia la preparaban para el encuentro con su padre.
Un sábado, como cualquier otro, subió a la Colina hasta el Convento. -- “Lo espera”, le dijo la superiora. El corazón de Marcelo golpeó todas sus arterias. Rojo fuego entró despacio al salón. Una adolescente, vestida de blanco, de pié, era un ramillete de sonrisas fragantes. Se miraron y se conocieron de forma instantánea. En el inmóvil e intemporal abrazo ¡se dijeron tantas cosas! No eran necesarias las palabras.
En la próxima visita, en medio de prolongados silencios, dialogaron en secreto. Antes de retirarse Marcelo le dijo:
- “Los Andes y nuestra comunidad nos esperan, hija mía”.
- “Querido papá, no puede ser. Creí que lo habías entendido. La Chaya me espera. Volveré, claro que volveré. El regreso será en el tiempo y forma que corresponda. En cierta medida manejamos nuestros destinos...pero solo en cierta medida. Somos creadores, pero no tanto, padre mío”.
- “Tienes razón, hija”.
- “Tú debes volver. Nos hemos encontrado y has aprendido muchas cosas de la fecundidad de las culturas diferentes”. La joven mostraba sabiduría y raciocinio. Conocía los secretos de la Europa venerable y de la noche que la cubría. Los secretos de los Andes estaban guardados en su corazón. Lo convenció.
Mientras esto sucedía en la Colina séptima un viento gélido cubrió al Planeta. Y lo tornó más blanco que nunca. ¡Nada de diferencias!
Antes de volver a su tierra Marcelo alcanzó a ver la violencia y la persecución que, voraces, recorrían todos los huecos. Se enteró por un chamán amigo que las religiosas y su hija tuvieron que refugiarse en el Laberinto. El era conciente de la situación. Partir a su mundo andino, dejando a su hija en el Laberinto, le significaba tanto. Verla hundida en la obsesión latina de la frontera espacial y política que data desde el mito de la fundación de Roma, era su primera preocupación. Marcelo conocía las entrañas y el pensamiento romano. Recordó cómo Rómulo mató a su hermano porque éste, no respetó las fronteras que bahía definido. Haciendo un repaso de la Historia, trajo a su mente la obsesión de los emperadores germanos, quienes daban la vida por ser coronados en Roma para saber dónde comenzaban y dónde terminaban sus dominios. Y su preocupación aumentaba, al ingresar a la profundidad del Laberinto, donde su hija se encontraría con los recovecos de la frontera temporal, según la cual, toda frontera existe en el espacio, pero también en el tiempo que no es reversible. Mas, donde su angustia lo aprisionó hasta quitarle el aire fue cuando recordó que su hija tendría que pasar necesariamente por la frontera lógica del Laberinto sustentada por la cosmología, donde un poderoso imán la llevaría a creer en la línea de la relación causal, es decir, “lo uno es consecuencia de lo otro”.
- “Ay, el mundo europeo...empequeñecido y poderoso”, se dijo para sí mismo. “Pero la modernidad se ha hecho añicos a pesar que muchos de sus mitos alienantes aún perduran. Pero se vive en un tiempo nuevo. La otra tradición europea sale a flote. La Orden Blanca, poetas, pensadores y las monjitas la están preparando para superar todos estos límites”.
Marcelo, juntó sus manos en señal de oración, cerró los ojos y se entregó a una meditación inusual, extraordinaria. Luego, apretó el paso y retornó al Mundo Andino, su mundo. Ya en él, inició el trabajo de su gran misión. Estaba buscando su identidad y la de su pueblo. Tendría muchas dificultades por cierto; sin embargo, había afinado su alma, se había preparado para conseguirlo y se conocía en su integra individualidad.
Sin embargo, a Marcelo, no le resultaba fácil comprender su propio concepto de identidad andina, teniendo en cuenta que se movía entre varias culturas cambiantes y conflictivas: la quechua, la aymara, el mestizaje, cada una con sus respectivos usos, costumbres y tradiciones, todas mezcladas con la modernidad, el capitalismo, la globalización y, el consumismo, entre otras….
Detrás de las diferencias del mundo cultural andino, y de la abigarrada América Latina, Marcelo supo hallar conexiones profundas. Mundo diverso. Sin embargo existen núcleos comunicantes.
Recorrió montañas y llanuras. Junto a chamanes amigos sembraba a hora y deshora. Escapados del Laberinto llegaron a la América profunda muchos integrantes de la Orden Blanca y algunas monjitas dedicadas a los desheredados de la tierra. La piel sensible de aquella no se había perdido y hallaron el hilo hecho piedra de Ariadna.
Un día Marcelo preguntó tembloroso por su hija.
- “Amigo, ¿Agua de Rocío no volverá a nuestra tierra?
- “Por supuesto que vendrá. Ya está muy cercana. Tienes que estar atento”
En ese instante una pequeña nube azulada asomó en el horizonte. Detrás una nube más grande.
Al rato la nube estaba encima y una dulce lluvia goteó su bendición sobre el rostro de Marcelo, los maizales resecos y la tierra blanquecina por la nieve pertinaz. Después, despacio, una lluvia un poco más fuerte.
Marcelo abrió los ojos. Asombrado. Allí estaba su hija, la Chayita y detrás la Chaya.
Y todos los años, puntualmente, su hija lo visita, así como a la ampliada comunidad de hermanos. Le acaricia el rostro y todo el cuerpo en forma de fina y cálida lluvia. Visita los campos, riega los sembrados, mientras su hermanos bailan y cantan: “A chayar, hermanos!”
Poco a poco la nieve se fue derritiendo. Colores y más colores cubrieron esta parte de la Tierra. Un mundo nuevo comenzaba su nacimiento.
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