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El paso de la yegua resonó en el empedrado del pueblo, parecía que sus gentes dormían la siesta.Había una nube de silencio, señales de un pasado rico, construcciones sólidas, cuyas ventanas de cedro decolorado aún mantenían el vidrio astillado.La opulencia de sus años mozos se negaba a desaparecer. La maleza crecía en los jardines, las enredaderas, trepadoras indomables subían por las paredes de piedra. En los tejados, como tordos centinelas, se balanceaban los helechos. Las puertas cerradas, la madera quemada, retorcida; solo la iglesia mantenía su majestuosidad. El pueblo había sido centro comercial de la vainilla, y cuando los precios internacionales bajaron, los ricos dejaron sus casas y se fueron a la capital. La gente que se quedó fue la pobre. El campo no da. La gente huye, unos porque nacieron para la aventura y la mayoría para no morir de hambre. |
Texto agregado el 18-08-2018, y leído por 161
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