Escalones
¡Uf!, me costó mucho subir, el escalón es alto, incluso más alto que yo, pero lo logré. El siguiente tiene como cincuenta metros de ancho. Las paredes son de granito, algo corrugadas, con pequeños filos puntiagudos. Salto, pateo la pared y me impulso, con la acción llego al siguiente. Llegué.
Miró y este escalón está completamente hecho de metal, su suelo es pulidísimo, lustrisimo, puede casi reflejar la luz, pienso. Salto para llegar al horizonte que es su borde, no puedo, mis dedos no pueden asirse. Me sacó los zapatos los lanzo al siguiente peldaño y, ahora mis pies se pegan a la superficie, es fácil, pues me adhiero como una araña, logro el siguiente piso. Descanso, me amarro el calzado y observo. La pared es ahora de ladrillos, con finos filos entre los bloques. Me resulta cómodo. Pateó acá me agarro allá, salto; llego como un gimnasta. Me rió doblado agarrándome las rodillas. Sudo. Siento la aproximación de algo. Miró hacia un lado y un enorme perro, casi un cancerbero mitológico viene hacia mí. No tengo tiempo golpeó un ángulo con mi pie y antes de que me muerda floto sobre mi eje y caigo sentado al filo del muro de bambú, solo el ladrido ensordecedor del animal me alcanza. ¡Qué espanto!
Me sacudo como si me hubiera ensuciado. Todo el suelo es ahora de madera y antes de que me dé cuenta estoy rodeado de miles de cucarachas, vienen por mí, me acerco a la tapia y creó escudarme. Pateó a los insectos y estos vuelan como si pateara un charco, los que caen desperdigados duplican su tamaño, y extrañados por mi reacción regresan por mí. Los vuelvo a patear y los que por primera vez siente mi golpe salen regados y creciendo al instante; los primeros ya han triplicado su tamaño. No tengo zona de acción, por dejarme estar, las cucarachas han llenado todo el suelo de este escalón. Estoy en el filo y tengo la sensación de un suicida en la cornisa. Pateo nuevamente a estas manchas movedizas que vuelve a crecer, se acercan, me rodean, ahora ya están tan grandes que llegan a mis rodillas. Entonces corro, aplastó a unas cuantas. Piso sus cabezas como rocas de río y me impulso al siguiente escalón.
Mi agitación me desploma pero antes de descansar veo - tirado en el suelo- si alguna amenaza me acecha, estoy solo. Respiro profundamente. La pared ahora es blanca, me acerco para determinarla, es de papel. La toco y la mancho. Qué extraño pienso, no creo haberme cortado, es la sangre de los insectos. La blanquísima área es violada por la huella de mi mano torpe. Mi insania me guía, escribo con lo que queda de color ¡vida de mierda! Solo eso, no quiero más sacrilegios, no quiero romper su estructura creo que es papel de arroz, como hago para no destruirlo. Tengo una idea. Corro, corro hasta el otro extremo, corro con velocidad, cuando estoy a punto de estrellarme contra el muro, giro y mi espalda choca y reboto como un balón, llego entonces a la siguiente meta, como si hubiera hecho un salto olímpico.
Miró nuevamente y en medio de lo que es mi destino hay un cadáver. El cuerpo está calcinado por el sol, su piel esta reseca, momificada, angustiada por la pérdida de la última molécula de humedad. Lo rodeo, lo miro, lo observo con curiosidad de animal, trato de escuchar su silencio. El silencio no me dice nada. Antes de dar el siguiente paso, descubro que viste igual que yo. Zapatos negros con pasadores del mismo tono que los míos, el pantalón de la misma tela que el que tengo; su polo largo y negro al igual al que llevo puesto. A un lado de su cuello cadavérico, una placa en muerte metálica, se chorrea con una inscripción SER HUMANO 001. Instintivamente me cojo el pecho y siento el metal, lo sacó sobre mi polo y dice SER HUMANO 003.
Por alguna razón este peldaño es más accesible solo doy un saltito. Mis dedos llegan al borde, me jalo a mí mismo y me elevo al siguiente. No hay más escalones. Pero lo que veo me derrumba. Miró al horizonte y hay miles de escaleras, escalones como dunas en el desierto. Llego al límite. Ahora debo bajar para empezar a la siguiente y así en un sinfín.
Qué malévolo, pienso.
Qué malévolo, bajo.
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