Todos los días se sentaba de la misma manera, en el mismo lugar y a la misma hora. Todos los que pasaban por ahí ya lo conocían, era de sacar su sándwich y comer tranquilo y pausado. Él no quería estar en su casa y salía a su banco en esa plaza. Las cuidadoras del lugar sabían de su poca paciencia y siempre le cuidaban el lugar. Era muy estricto con su rutina y pensaba que cualquier alteración a su pequeño mundo, iba a desembocar en una catástrofe.
Un día de septiembre, con la temperatura en alza, él llego a la plaza pero algo les llamo la atención a los cuidadores del lugar. El estaba nervioso, temeroso y casi sin pensarlo se sentó en el banco que daba enfrente a su lugar, cuidadosamente guardado por varios años. Con el correr de los días y al comprobar que nada extraordinario había sucedido, ni en su vida ni en el mundo, decidió modificar de horario mientras seguía con la rutina de sentarse un día en diferentes lugares de la plaza. Ahora no solo modifico el lugar donde se sentaba, sino que ahora modificó la hora. Los guardianes del lugar, susurraban por lo bajo sobre la actitud que iba teniendo. Más allá de los cambios de rutina, lo notaban más alegre, más sociable, hasta se animaba a juntarse con otros de los habitantes asiduos de la plaza y sociabilizaba. Tomaban mate, jugaban a las cartas y el tiempo que pasaba se hacia cada vez mayor. Ya iba perdiendo ese miedo. Llegando a noviembre, Miguel, regreso a la plaza después de varios días de ausencia. Estaban todos preocupados, e imaginaban que había estado internado, ya que era imposible que estuviera preso por su personalidad tan correcta. Los guardianes se acercaron a preguntarle si le había pasado algo que no había venido y él suelto de cuerpo les contesto “les fui infiel, fui a otra plaza y no paso nada!!!!!!!!”
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