Quiso escribir historias sobre gente corriente, enfrascada en su rutina.
Para empaparse del vaivén cotidiano, se decidió por una calle con mucha afluencia; eligió el ‘Paseo Ahumada’. Se encaminó temprano, una particular y fría mañana. Con un vestir sencillo, tacos bajos y su cuaderno de anotaciones en mano, se detuvo en el céntrico palpitar capitalino. Era la hora de los ‘trajeados’ que no es otra cosa que aquellos oficinistas apurados con su maletín y café cargado, en franco ademán de autosuficiencia y preocupación.
Estoica resistió empujones, voces cercanas y lejanas. Se sobresaltó ante los gritos de vendedores, escapistas y la eterna algarabía de bocinas. Sin quererlo se hizo cómplice, a través de una mirada, con la señora que vendía frutas y ensaladas.
Paciente cerró los ojos, queriendo abarcarlo todo.
Escuchó un sinfín de pasos en carrera; agotados, pesados. Fue testigo de la prisa e impaciencia de peatones en un camino imaginario y violento para llegar a algún encierro hosco y obscuro, en donde de seguro mal pagaban el precio por su alegría y libertad.
Percibió seres levitar. Su paso era apenas un sonido acompasado, como un susurro que la rodeaba, para luego irse tan tenue como brisa, dejando tras de sí un apesadumbrado aroma a orfandad. Los imaginó frágiles seres silentes, que del mundo quieren escapar. Pobres ángeles sin destino, perseguidos por sus propios y atemorizantes demonios.
Tras un mareo repentino, del cual estuvo a punto de caer, abrió los ojos.
Al ponerse las gafas, el mundo que la rodeaba fue aún peor.
Vio en los ojos el llanto ahogado de mil tormentos, observó en sus bocas la mueca amarga de la resignación de quien espera la muerte, para librarse al fin de la propia y larga agonía de vivir. Los rostros demacrados pasaban... pasaban. Grises. Cansados. Se sintió inundada de desesperanza ante aquella humanidad.
No había palabras que reflejasen la devastación que la desgarraba, sentía le temblaba el alma. Volvió a casa.
Inventarse un mundo nuevo para vivirlo requiere esfuerzo, se dijo, compartirlo, requiere amor.
Aquella tarde escribió de caracolas y mares, de sueños, de esperanzas, de amores no olvidados, de risas... de muchas risas, de alegría, bendita escurridiza alegría.
M.D
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