Desde el 2013 no había publicado nada en esta noble página. Regreso con este poema a saludarlos con gusto.
El poema, una vez escrito o cantado,
Se encierra en la crisálida de la memoria
Y espera, con mística paciencia,
A extender de nuevo las rebosantes alas
Y revolotear parsimonioso entre ojos y oídos,
Provocando la rauda fuga de las cipselas
De los dientes de león del corazón.
En ocasiones, fiero fénix, el poema
Emerge de las cenizas siempre humeantes
De un fuego nunca extinto,
Y fiero y rapaz se abalanza sobre el alma
Del ser que es presa de sí y sus inquietudes,
De sus incertidumbres de hombre,
De sus rebeldías sin bandera;
Le atrapa entre sus garras flameantes
Y le eleva por los cielos crepusculares
Entre nubes que bien podrían dar sombra
A los desiertos del erebo.
Su naturaleza es ser un suspiro de ensueño
O un vendaval de enloquecidas furias,
Pero efímero siempre, y sin embargo, perenne.
Yace dormido como las semillas
Que aguardan bajo montones de nieve invernal,
Esperando paciente la primavera,
Primavera de joviales pupilas concupiscentes,
Primavera de sapientes ojeras curiosas,
Primavera del despistado que topa con la fortuna,
Y entonces renace y florece de nuevo
Abriendo sus delicados pétalos métricos,
Su indescriptible aroma a lo auténticamente humano.
El poema ya existe en el cerebro,
En el corazón, en el lenguaje,
En las vísceras punzantes del poeta,
Nace con él como nace con hambre,
Crece con él como crece insatisfecho,
Le madura como madura su pensamiento,
Pero espera el momento preciso
Para ser expulsado sobre el papel,
Erupción latente, doloroso parto,
Canción que resuena furiosa
Luego de años de ser silencio.
Se canta y vuelve a su sitio,
A su eterno lugar de descanso entre sombras,
Entre palabras muertas, entre dichos,
Condenado a empolvarse de olvido,
Esperando el piadoso soplo
Que lo reviva. (Como este…
ahora)
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