Es en la habilidad del lenguaje, infinitamente inagotable por la continua adopción de neologismos, que se cumple a cabalidad la impronta dada al ser humano por diferenciar las percepciones.
Algo efectivamente observable en nosotros, en la interminable tarea de construir la realidad, es nuestra necesidad refleja por diferenciar lo que somos capaces de percibir. Nuestra necesidad de representar lo que percibimos mediante abstracciones únicas, plenamente identificables, que puedan ser recreadas fácilmente sin ningún tipo de ambigüedad mental reconstructiva. Si estas percepciones resultan vagas o difusas, no tenemos posibilidad alguna de poder recrearlas mentalmente, mucho menos de compartirlas con otros individuos de la colectividad.
[El solo hecho de cualificar la condición de la percepción, como una percepción vaga o como una percepción difusa, nos faculta para recrear mentalmente ambas condiciones de la percepción inequívocamente. Este es un buen ejemplo de diferenciación.]
La impronta por diferenciar, tiene una función elemental en el pensamiento humano a lo largo de toda su evolución. Sin esta característica de herencia de creación, el pensamiento humano no hubiese sido arrastrado hacia la construcción de nuevas dimensiones que permitiesen cumplir la natural necesidad de diferenciación de las percepciones. Dimensión, en este contexto, se debe comprender como la adopción de neologismos que permiten agrupar o diferenciar las percepciones de modo de disminuir la libertad interpretativa, cuando la construcción mental de la percepción no puede ser diferenciada de manera inequívoca.
[Quizás no sea buena idea la de asignar este significado al termino dimensión, podría prestarse para confusiones, pero es una medida alternativa que nos evita la incorporación de un neologismo.]
Consideremos un escenario ficticio e hipotético en el cual nuestra realidad estuviese compuesta de tres peras amarillas, dos de ellas de igual tamaño; cuatro manzanas verdes de igual tamaño y siete manzanas rojas todas ellas de igual tamaño entre sí y respecto de las manzanas verdes. Tanto manzanas como peras existen suspendidas, contenidas en un espacio sin límites. La pera de tamaño distinto, a diferencia de todas las demás frutas, se encuentra moviéndose erráticamente en el espacio que la contiene. Para percibir esta realidad, nosotros solo dispondremos del sentido de la vista, no estamos dotados como observadores de ningún otro tipo de sentido adicional.
A pesar que esta realidad se compone solo de lo que se describe en el párrafo anterior, es válido sospechar que la creación que contiene esta hipotética realidad debería ser mucho más rica en manifestaciones que las que somos capaces de percibir con el solo sentido de la vista con el que pobremente hemos sido dotados. Consideremos en este ejercicio de diferenciar, que nada aún ha sido conceptualizado. Aún no hay palabras para describir lo percibido. Que el escenario, antes presentado llegó a nuestros pensamientos como inexplicables percepciones visuales y que nos daremos a la tarea de construir la realidad.
[Claramente esto representa una condición imposible de considerar, pues al ser descrito el escenario hipotético hicimos uso de una serie de dimensiones para poder describirlo y comunicarlo al lector, pero para efectos de poder desarrollar la idea, espero podamos asumir que si logramos considerar el escenario en las condiciones enunciadas.]
A partir de este punto procederemos a definir una dimensión que llamaremos “visibles”, para distinguir entre lo que podemos ver y lo que no somos capaces de ver. En nuestro caso, visibles corresponderían a las peras y a las manzanas para distinguirlas del espacio en el cual se encuentran suspendidas y de todas las demás manifestaciones inexplicables, como es por ejemplo, el movimiento de la pera de tamaño diferente.
Procederemos entonces, para diferenciar entre las formas de los distintos visibles, a definir una nueva dimensión que podemos llamar “manzana”, con ello lograremos diferenciar una manzana de una no manzana. Lo singular de todo esto es que la pera, bien podría asignársele por nombre manzana. Podríamos haber definido una dimensión llamada “frutas” para diferenciarlas de otros visibles con distintas propiedades, sin embargo en nuestro hipotético escenario todos los visibles son frutas, en cuyo caso la dimensión no satisface ningún tipo de diferenciación, y en consecuencia la dimensión “frutas” quedaría condenada a desaparecer por desuso en la colectividad.
De haber existido por ejemplo, plátanos en este escenario, hubiese sido necesario crear una dimensión manzana, una dimensión pera y una dimensión plátano para diferenciar entre más de dos formas visibles distintas. Retomemos, hasta este punto nuestro pensamiento es capaz de distinguir entre dos dimensiones para recrear lo visto: “visibles” y “manzana”.
Todas las manzanas son idénticas a excepción de que algunas son verdes y otras rojas, lo que hace necesario una dimensión que podemos llamar “colores”, para diferenciar el verde, el rojo y el amarillo de las peras, sin embargo, si no estamos condicionados colectivamente a diferenciar las peras bajo esta dimensión solo nos bastaría con diferenciar las manzanas unas de otras, considerando para ello como dimensión una mucho más simple que podríamos llamar “verde”.
[El uso de términos tales como como visibles, manzana, verde, frutas y colores son un ejemplo de esta impronta por diferenciar, de modo de lograr una construcción mental que pueda ser claramente compartida como una idea con otros, como es la que se intenta expresar en este mismo documento.]
Podríamos continuar complejizando mucho más este escenario, de modo de construir a partir de él una realidad alternativa a la antes descrita. Incluir dimensiones tales como: tamaños, cualidades; de modo de agrupar colores y tamaños para diferenciarlos de nuevas dimensiones que podrían ser utilizadas para cuantificar los visibles. Podríamos además considerar el dinamismo, que se manifiesta en este escenario, para definir dimensiones que logren explicar los acontecimientos ocurridos entre los distintos visibles e incluso justificar su ocurrencia como consecuencia de dimensiones no visibles como podría ser una que llamemos “energía”, generando así, una base de conocimiento que permite dar respuestas claras respecto de lo que colectivamente se desea llegar a conocer.
[Evidentemente el acto de conocer, es un acto tranquilizador de interpretación parcial de la creación, construido sobre las dimensiones disponibles al instante de necesitar recrear mentalmente la solución a un cuestionamiento dado.]
Esta base de conocimiento se construye de forma natural, con la adopción de las dimensiones utilizadas para diferenciar las percepciones. Si consideramos nuestro escenario hipotético, podemos enunciar “verdades” tales como: Solo existen peras amarillas. Las manzanas permanecen estáticas flotando. Las manzanas son verdes y rojas. Solo las peras de distinto tamaño se mueven erráticamente, es decir, las “verdades” son solo consecuencia de las dimensiones utilizadas para la construcción del conocimiento. El conocimiento en sí, no tiene mucho que ver con el porqué se manifiesta la creación que se intenta comprender, es solo una interpretación parcial limitada a nuestras propias capacidades.
El conocimiento se incrementa y se complejiza a través de la capacidad del hombre de redefinir nuevas dimensiones y cuestionar todo lo que estaba colectivamente aceptado bajo estas nuevas dimensiones. Preguntas tan simples como: ¿Qué es?; y sí se sabe lo que es, ¿De qué color es?, ¿Qué textura tiene?, ¿De qué tamaño es?, etc. Son la base para construir el conocimiento de las manifestaciones aún no diferenciadas cuando estas son percibidas. Todas las dimensiones no son otra cosa que abstracciones únicas, plenamente identificables, que representan la base para nuevas construcciones mentales de mayor complejidad, destinadas a satisfacer lo único real que es nuestra impronta por diferenciar las percepciones de modo de poder recrearlas mentalmente y compartirlas con otros individuos de la colectividad para logra la construcción de la realidad.
El grado de complejidad que alcanzan las dimensiones adoptadas para satisfacer la diferenciación de las percepciones, son consecuencia directa de la interacción emocional de los distintos individuos de la colectividad, a través de los mecanismos de reforzamientos positivos y negativos que se dan en la convivencia natural del grupo de individuos. Si los visibles en nuestro hipotético escenario, hubiesen pertenecido a más de un individuo, se hubiese hecho necesario una dimensión que diese cuenta de las cantidades numéricas, pero como no era el caso quizás solo hubiese bastado con dimensiones como: pocos, menos, más y muchos, para dar cuenta del inventario de los visibles para alimentación y evitar así la adopción de un complejo sistema numérico que llevase el control de la propiedad de cada individuo. En nuestra realidad, si colectivamente no hubiese sido relevante la diferenciación de las ocurrencias a través de los días, no hubiese sido necesario incluir en el lenguaje los tiempos verbales para poder recrear mentalmente de forma diferenciada una percepción de otra idéntica ocurrida en instantes distintos.
El lenguaje a pesar de ser solo una característica más del pensamiento humano, representa la extensión fundamentalmente tangible de los mecanismos que reflejan la dinámica del pensamiento. El sentido de una idea no existe, si esta no puede ser reconstruida mentalmente por algún individuo. Dicho de manera más literaria, a lo largo de toda nuestra presencia activa en la creación hemos estado construyendo ideas sobre las ideas construidas. Esto no quiere decir que la realidad no exista, la realidad es una distorsionada reconstrucción mental de la creación de la que el hombre es solo una pequeña pieza más que se enorgullece de estar al mando.
Si aceptamos esta dinámica del pensamiento humano como un hecho innegable, solo me queda compartir con ustedes la siguiente inquietud: ¿Dispondrá el hombre de la capacidad cerebral evolutiva de llegar a adaptarse a este vertiginoso crecimiento en complejidad?
Por lo pronto, se aprecia que nuestra fisiología se ha visto sobrepasada por esta dinámica, obligando al hombre a sustentar la creciente tendencia hacia la complejización del pensamiento, con el apoyo de artefactos externos a su cerebro. Comenzando tímidamente con la escritura en piedra hasta llegar a la construcción de máquinas que emulan de forma muy rudimentaria, en su capacidad para guardar las cada vez más complejas construcciones mentales, de la funcionalidad del cerebro. Esto ha permitido que el conocimiento sea preservado para ser compartido a través de las generaciones. Cada vez, se hace necesaria menos generaciones para que el pensamiento del hombre converja a incrementar la complejidad de sus construcciones mentales a niveles inimaginables.
El hombre aún no conforme con esta ilimitada capacidad de recrear mentalmente las percepciones, instintivamente es movido a intentar simplificar sus recreaciones apoyándose en teorías, en metodologías, en las matemáticas, en las ciencias. Estas resultan solo nuevas formas ordenadas de recreación mental de las mismas percepciones, que se complejizan aún más, con la representación de una estructura de conocimiento alternativa, plenamente recreable con la aplicación de reglas de construcción repetibles, solo disponibles para individuos especializados de la sociedad. Es extremadamente paradójico que el hombre manifieste a través de las generaciones, la intención de simplificar las dimensiones utilizadas en la representación de la realidad, actuando en oposición a esta habilidad ilimitada de adoptar nuevas dimensiones para diferenciar las percepciones, dinámica que resulta ser natural en la construcción del conocimiento. ¿Podríamos llamar a esto la superación del hombre por el hombre? o una vez más es solo esa condición, inherentemente destructiva del hombre, de enfrentarse a su propia naturaleza.
|