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A mí me gustaban los de pimienta. Los deglutía como una sierra la madera. Unos años después aprendí a hacer tortillas francesas. Era llegar del Instituto de fin de semana y la emprendía contra un par de huevos a batirme-batirlos en retirada. Años antes había aprendido el oficio de "chupador de botes". Chupador de botes de leche condensada. Me daba igual la marca. Llegué a perfeccionarme hasta tal punto que me la abocaba mi hermano mayor a ojos cerrados y sabía decirle el fabricante. El tío alucinaba. Llegó a pensar en hacer algún espectáculo en casa cobrando una peseta, en el que el número principal sería el de mis aptitudes adivinatorias sobre la leche condensada. A mi madre, sin embargo, no le hacía tanta gracia; pero en todo aquel tiempo ni siquiera se le pasó por el magín- cuando estaba cantado- poner un candado a la despensa. Mi padre, en cambio, utilizaba otros métodos, igual de poco efectivos, hay que decir. Nos advertía muy seriamente sobre la posibilidad de que se nos pegaran las tripas. Lo que casi constituyó un incentivo, contrariamente a sus pretensiones.
Un bote de la lechera costaba setenta y cinco pesetas. Era un producto caro. También saludábamos ambos-mi hermano y yo, me refiero- con satisfacción cuando aparecía por aquellos lares un frasco de tomate frito "solis". Era una delicia mojarlo con un huevo y patatas. Ni que decir tiene que también me lo abocaba.
No eran de mi predicamento, en cambio, las acelgas. En aquella casa se rumiaba de todo. Mi madre quizá no fuera demasiado buena cocinera pero tenía un repertorio bastante amplio.
Los domingos nos agenciábamos una botella de litro de Coca- cola. La paseábamos, desde la tienda, con cierta reverencia por todo el trayecto hacia casa. Medíamos milimétricamente nuestras asignaciones. Cuando entraba por mi gaznate me hacía cosquillas en la naricilla.
Ahora mis hijos hacen lo mismo- en relación a la Coca- cola. Yo trato de disuadirlos con viejas tácticas; pero les da lo mismo. Ya los tienes ahí con el metro repartiéndose el botín. Me hizo gracia el otro día. Vino un amigo del pequeño, y éste, a modo de salutación, le dijo al otro:
"Y nos hemos bebido para comer un vasaco de Coca- colaca". El otro no daba crédito a tamaña hazaña.
A veces lo observo- pensativo- y me pregunto si sería él capaz de distinguir fabricantes. Sería una prueba- pienso- de que la raza no va hacia atrás y que se conservan las aptitudes; pero a él no lo sacas de los vasacos de Coca-colaca.
Ah, se me olvidaba, los vasos de nocilla no llegaban tampoco a caducar en casa.

Texto agregado el 30-07-2018, y leído por 72 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-07-2018 Simpático y entretenido. Gracias. elpinero
 
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