Este es un texto antiguo, de hace ya algunos años. No recuerdo con certeza si ya lo había puesto por aquí.
Habrían pasado poco más de dos años del temblor que asoló a la Ciudad de México en 1985, cuando encontré a Jorge Luis Borges deambulando frente a la catedral metropolitana, que mostraba todavía con claridad los signos inequívocos de su deterioro. Lo reconocí de inmediato; aunque dudé si efectivamente era él, porque sabía que Borges estaba ciego y que había muerto a mediados de 1986, en Ginebra.
El hombre que estaba frente a mí, miraba con detenimiento la agrietada catedral y parecía perfectamente vivo. Aún así, emocionado, me acerqué a él y le dije:
- Usted es Borges, ¿verdad?
Apoyó con fuerza sus manos sobre el bastón que llevaba y suspiró.
- ¿Cómo lo sabes, jovencito? -, dijo.
- Porque he visto varios retratos suyos. En la Universidad estudiamos sus obras y me encantan sus cuentos y ensayos; pero yo sé que usted está muerto.
Me miró con sus ojos claros y en ellos, descubrí un extraño y maravilloso brillo. Sin responder, pareció que se encontrara en otro tiempo y otro lugar. Luego, como si regresara de un largo viaje, murmuró:
- Así es. Este Borges que ves, no es mas que el resultado de un sueño que he tenido poco antes de morir. En él, me he visto visitando la derruida catedral de tu ciudad y admirando con mis propios ojos su hermosa arquitectura, la grandeza de su construcción y el triste deterioro causado por el terremoto de hace algún tiempo. Como es el producto de un sueño, mi visión y mi salud son inmejorables. En mi sueño también aparecías tú, preguntando lo que ahora me preguntas. Eres parte de mi sueño y como ya se ha cumplido todo, en cuanto termine de hablar dejaré de ser éste que soy y tú también lo harás.
Y así fue. Poco a poco, Borges y yo, nos desvanecimos...
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