Estrellas olvidadas
La señora María jamás había dejado de caminar por el parque viejo que se encontraba a unas cuadras de su casa. Todas las mañanas tenia la misma rutina, se levantaba a las seis de la mañana, se ponía un conjunto que había preparado la noche anterior, ponía un poco de café en una olla desgastada y se lo tomaba con un poco de miel; esperaba paciente a que el sol saliera, ya lo había visto pasar toda su vida y lo consideraba un viejo amigo que en ocasiones no se dejaba ver, otras ardía con tanta intensidad que parecía molesto por algo que ella hubiese hecho y otras, simplemente siseaba sobre las nubes que le abrían paso cual telón ante su obra maestra.
No se había dado cuenta pero su paso se había hecho cada vez mas lento con los años, la vida comenzó a fluir de una manera diferente, todo aquello que alguna vez le preocupo, cobraba un sentido mas simple, mas sencillo, mas trivial, y sin embargo, seguía buscando cada instante que le podía robar al pasado para recordar que había existido. La vieja señora María jamás aprendió a leer pero eso jamás la detuvo, siempre veía como hacían las cosas las demás personas y las imitaba sutilmente para que nadie lo notara, algunas ocasiones, llego a equivocarse y esos errores la llevaron a tomar diferentes autobuses o llegar a lugares que nunca había visitado, no obstante siempre sonreirá por el infortunio. Ella siempre encontraba una manera de salir del problema, se decía para si que las palabras seguían teniendo el mismo significado fuesen de forma escrita o hablada, no obstante, al final de sus días, siempre llevaba una libreta que guardaba celosamente.
Caminaba sin prisa y observando todo a su alrededor, disfrutaba todo lo que sus ojos pudieran brindarle, aun cuando su vista comenzó a mermar desde hacia 40 años y hoy solo le quedase un hilo de ella en donde solo podía ver sombras. Eso no le importaba, podía seguir viendo sombras y ligeros destellos de luz que sentía como gotas de sol.
Jamás había tenido hijos, mucho menos nietos, su marido había muerto hace ya algunos años pero le dejo su vieja pluma recuerdo de una apuesta en una vieja cantina, era todo lo que quiso conservar de él ya que una vez que su marido murió, mando a tirar todas sus cosas por el dolor del momento o por un impulso de esos donde se pierdes el sentido por un tiempo y cuando regresas a ti, es imposible regresar.
Cuando se sentía un poco cansada por la caminata, buscaba una banca en la cual poder sentarse, con toda la paciencia del mundo, abría su libreta y comenzaba a escribir sobre ella lo que su alma sentía en ese momento, no le tomaba mas de dos minutos, cuando terminaba la cerraba y se dirigía a su casa.
La comida que preparaba solía durarle tres o cuatro días, no comía mucho y se notaba demasiado, había días en que simplemente dejaba el plato intacto, no por el hecho de no tener que comer, simplemente por que se le olvidaba y quedaba perdida entre sueños, memorias y la escasa vida que le salía de su sonrisa sin dientes.
Su inmensa soledad no parecía tan inmensa cuando se sentaba a la orilla de la puerta y contemplaba las estrellas, sentía que de alguna forma terminaría viajando entre cometas y estrellas fugaces cuando su cuerpo no la detuviera mas, y sonreirá como sonríen las personas que han perdido el miedo a la muerte, sin dolor, ni resentimiento y con un ligero sentido de paz hacia la vida.
Una tarde, un niño que jugaba a las escondidas con sus amigos, quiso esconderse detrás de una banca pero noto algo extraño, un pequeño cuaderno olvidado, parecía que había pasado mucho tiempo desde que alguien lo dejo ahí por que estaba cubierto de polvo y sin poder detener su curiosidad, abrió el cuaderno, solo encontró garabatos sin sentido en todas las hojas pero en la ultima había algo diferente, una estrella mal dibujada concluía soberbia sobre el papel, al niño le gusto tanto que la guardo y se la llevo a su casa, ya no había ningún problema pues ya nadie regresaría por el cuaderno.
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