Cuando llegó a la íntima convicción de que no podría añadir nada nuevo sin repetirse, colgó el cartel de "fin de obra". Pero tampoco era cuestión de dejar por ello este mundo. Simplemente constatar una realidad: que como escritor había puesto el punto final a su existencia. El fin de existencia literaria. Tampoco era para alarmarse demasiado. Es más; estaba convencido de que con ello hacía un favor a la Literatura quien tuviera el acierto de saberse acabado.
Echó la vista atrás y contempló el vasto panorama recorrido. Recordó que todo aquello empezó para enjugar un amor infantil despechado. Ella era rubia- creyó recordar vagamente el título. Buscó en un viejo archivador el primer escrito. El hombre además de creativo era ordenado y escrupuloso con sus cuentos.

Ella era rubia- empezaba aquel primer escrito.
Tuvo curiosidad entonces por ver cómo terminaba su última publicación. Arrancó el libro del estante y se dirigió con ansiedad a la última página. No la recordaba.
Buscó la última frase con desesperación.
La suya había sido una obra redonda; pero por casualidad, al menos así él quería creerlo. En la última página se hablaba también de asuntos pilosos o capilares de mujeres varias. Pensó que esto de la Literatura tiene una existencia autónoma y mágica.

"Sus cabellos ondeaban al viento como mece el aire un trigal. Aquella imperecedera sonrisa estaría allí para siempre. Nadie se la podría sustraer, formando parte de su vida, de su existencia más íntima. Ella existió y eso es todo. Lo demás no viene al cuento. Ella era rubia y tan real como había sido su propia vida".
Dio por bien concluida su existencia.