Al cojo le habían roto el corazón, otra vez. Ya estaban tan pegoteados los pedazos de su corazón con cinta adhesiva, que se desprendían solos y caían al piso, rompiéndose en varios miles de millones de pedacitos.
Tomó una daga el cojo y se abrió los brazos, exponiendo sus venas secas al mundo.
El viento al ver las venas del cojo, hicieron un llamado a las nubes para que viniesen pronto. Y tan luego como llegaron, las nubes invocaron a la lluvia, que empapó las venas del cojo.
En sus venas repletas de lluvia, el cojo al fin pudo llorar. No lágrimas saladas, sino dulces como un terrón de azúcar.
Y lloró largamente, devolviendo la lluvia a la tierra por las lágrimas que caían pesadas de sus mejillas al suelo.
Y el viento cerró sus brazos, para que la lluvia fuese su sangre, y pudiese volver a unir su corazón.
Pero el corazón del cojo estaba tan roto, que era imposible volver a unir sus partes, así que la lluvia lo reemplazó por un corazón de agua, momentáneo, hasta que el suyo volviese a funcionar.
El cojo guardó su corazón con sus pedazos en una caja, y le encargó a las nubes su cuidado; así, en este tiempo, nadie podría subir tan alto como para llegar a él.
"Gracias." Le dijo el cojo a las nubes.
Ellas le hacían reverencia, a pesar de que el cojo no fuera un príncipe ni menos una princesa.
Tenían lo más valioso del cojo, y eso era suficiente para honrar su camino...
(Adieu, príncipe.) |