Avelina vestía como las abuelas de campo de entonces. Enfundada en una larga falda, siempre de negro; el mandil siempre puesto, en cuyos bolsillos con frecuencia portaba algo de comer: nueces, castañas... Era una mujer humilde y bonachona, con un rostro sonrosado la mar de amable. Coronaba su cabeza un laborioso moño cuajado de horquillas que le hacía alguna amiga vecina, sentada a la puerta.
La abuela Avelina, viuda, cobraba una parca pensión , así que su vida discurría de forma frugal y sencilla.
- ¿ Qué quieres, hija? - le preguntaba siempre a su pequeña nieta María, que iba a visitarla semanalmente.
Y su nieta María , que percibía la escasez en que vivía la abuela Avelina, le solicitaba un " tomate rajado con aceite y sal".
La abuela se admiraba de que la niña se lo comiera tan gustosamente .
_Pero, ¿solo quieres eso? - le preguntaba Avelina.
Y la niña, sonriente , asentía, sumamente complacida.
Nunca quiso humillar a la abuela pidiéndole el dinero que apenas tenía. Y aquel sencillo tomate siempre le supo a gloria.
Como no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita, la abuela Avelina fue dichosa en aquellos austeros años de finales de los 60. |