Un Tucán primaveral.

Por la cintura del mundo, llueve. El gran Mundo Verde se vuelve más verde. En el hemisferio norte comienza el otoño; en el sur, la primavera. Los sapos andinos, las anémonas sureñas y los pingüinos australes se convierten, por culpa del solsticio primaveral y de la catarata de hormonas y feromonas, en verdaderos cupidos que proclaman al viento sus anhelos ancestrales. Las flores y la tibieza de sol que espanta al frío, se cortejan cada mañana hasta empaparse en una orgía con el dulce rocío.

En el Gran Mundo Verde, donde siempre es verano, donde llueve o no llueve, donde nunca hace verdadero frío, Tucán, el pájaro de mil colores, se despereza una mañana mientras, a su lado, un cenzontle le canta a la madrugada. Allí no hay primavera, no hay otoño... solamente verano. Un flamingo viajero, durante sus vacaciones invernales en el Mundo Verde, hizo narraciones a sus asombrados oyentes, una gran familia de Tucanes, sobre las maravillas de la primavera austral, más al sur del ecuador, de donde viajaba año tras año huyendo del frío y las ventiscas. Las historias sobre verdaderas bacanales provocadas por el cambio estacional, ilusionó al Tucán Mayor, ya entrado en años, y eterno buscador de amores de tucanas de picos grandes.

Una mañana de octubre, acompañado del flamingo cuentero, se lanzó a la aventura y, tras cruzar montañas, punas y grandes montes nevados, recaló en el costado marino de la larga y prolongada franja chilena. Para él todo era maravilla. Había visto los volcanes inmensos de su selva mesoamericana, pero nunca la blancura de la nieve andina. Había visto la inmensidad de su mundo verde, pero nunca el azul de la costa del Pacífico sudamericano. Junto con su guía, descendieron en una gran colonia de flamingos que se volvían a juntar después del largo invierno. Un concierto de picos y una danza de patas largas los recibieron con algarabía. El mar se volvió rosa, con solamente un punto de colores vívidos y alegres que sobresalía de forma espectacular del monótono rosado. El Tucán Mayor, con su gran pico amarillo, fue rápidamente rodeado por la familia de su amigo, cuyos miembros no salían de su asombro al ver un pájaro de aquellas característica. Todos fueron informados que aquella extraña ave venía del mismísimo centro del arco iris, de allí sus vivos y bellos colores. Que hizo su largo viaje en busca de la primavera. En busca de las extrañas sensaciones que provocaba aquella señora, descrita magistralmente por un sapo peruano y una anémona chilena. A la que cantara con sus versos una rosa de Argentina.

De pronto, como herido por una flecha de veneno, el colorido pájaro siente que sus plumas se erizan, su largo pico castañea nerviosamente y sus pupilas se abren y cierran sin ritmo ni sentido. Simplemente había sido atacado por La Primavera. Una fugaz onda de viento acarició sus plumas y lamió las fibras de su corazón, largo tiempo abandonado. Y ¡Zas! Se enamoró de una flamingo hembra, hermana de su amigo. Guapa ave de porte real, moza un poco entrada en años, pero aún de buen ver.

Al cabo de varias semanas, nuestro Tucán mayor retorna a su Gran Mundo Verde acompañado de una Flamingo y cuatro curiosos pajaritos. Dos de ellos, tucanitas preciosas con el pico y las patas color rosa. Los otros dos, guapos tucanitos de largas patas, llevan en sus pupilas las olas marinas y el sabor salado de sus marismas, con la ilusión puesta en las Olimpiadas Del Mundo Verde donde, sin dudas serán campeones de salto largo.

Cupido había hecho su agosto en ese octubre. Y el Mundo Verde se vistió de fiesta. El rosa del atardecer vio llegar a la curiosa comitiva y doce guacamayos acompañaron al Tucán mayor que regresaba nacido de primaveras... desde el hemisferio sur, donde ya se respiraba el verano.