Hoy es martes y he despertado desnuda y aterida,
recordándote muy joven,
con tu sexo palpitando y vaciándose entre mis dedos,
avergonzado de ensuciarme las rodillas, la blusa y el piso de cemento de mi casa.
Me he arropado de tu semen quinceañero,
repartido como trazos duros de acuarela por mi ropa y por mi patio.
Me he arropado en ti, sorprendido y derrotado,
con las mejillas en incendio,
contigo entre mis manos:
durísimo como el hambre,
un golpe en la mandíbula.

He despertado aterida y temiendo el embargo de mis bienes,
que no son más que cinco libros que he amado y releído.

Bebo un café para exorcizar el frío y el fuego adolescente de mi cuerpo,
moldeado en el murallón de ladrillos de la cancha de mi barrio.
Quiero dejar en el exilio ese juego de besarnos de maneras diferentes,
caleidoscopios en presidio que se pulsan y se mueven repetidos y novados,
esos juegos de los sábados para los que te esperaba como frutilla blanca,
con la carne dulce y perfumada,
puntual como una bandada de bandurrias en la lluvia.

Nos ofrecen en los mesones y nos vocean
como productos cabales e intachables,
¿sabrán los mercaderes que nos venden
que casados y formales aún nos buscábamos tras las puertas?