En un reino muy próximo, y en un tiempo muy cercano hay un lugar a la vista de todos pero que no todos pueden ver, que solo se abre a los privilegiados de almas puras y efectos sinceros.
Los adultos que van o pasan por allí solo ven una casa y una mujer rodeada de pequeñas, danzando al son de la música.
Lo que no saben es que ese es el país secreto de María y sus niñas.
Que cada día al sonar el primer acorde los piecitos inquietos de las chiquitas cobran alas y los cuerpos se mecen acompasados.
Ante sus ojitos puros se abre una alfombra de flores amarillas, interminable que las hace flotar mágicamente, y que la magia surge de esta menuda gran mujer y crea un paraíso encantado en el cual cada una es única y especial.
Y también hay flores entrelazadas en los rodetes, en el espejo, trepando las paredes, que también se mueven bajo el hechizo de María.
Y es su mayor momento de felicidad, bailando en su propio edén, con su cohorte de futuras magas, concentradas y felices. Y no importa si hay algún desliz o equívoco, porque en el mágico mundo de María cada tropezón no es un problema, es aprendizaje, experiencia, crecimiento. Ella todo lo da, ellas todo lo reciben y lo más importante, aunque pase la hora de sortilegio, todas saben que no es el fin, que cada día en lo de María se renueva el hechizo de la danza, las flores, unicornios y fantasías que ella puede crear.