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Sentado a la orilla del estanque, remojaba con gozo sus pies en el gua celeste verdosa.
Un hallazgo inesperado ese paraje que descubrió caminando sin destino entre la vegetación de senderos sin senderos.
A pesar del sonido de la catarata henchida de agua que caía a sus espaldas el placer que sentía en cada célula era enorme.
Se quitó la ropa en el éxtasis de ese solitario edén y sin mramientos se zambulló en la frescura hídrica.
Cuando sacó la cabeza de debajo del agua las gotas en sus pestañas sumadas a un rayo de sol indiscreto le hicieron ver múltiples arco iris. Obnubilado por el efecto se sumergió una y otra vez repitiendo el efecto.
Decidió nadar hasta la caída de agua, voraz, furiosa, que casi rabiosa vertía su savia en borbotones de espuma blanca. Cruzó a través de la cortina de agua y el espectáculo se intensificó más aún, un caleidoscopio de colores, luces e imágines difusas llenaron sus sentidos, y aún estando ensordecido por la cascada todo su cuerpo reaccionó a un placer orgásmico que lo sacudió en espasmos de éxtasis.
Su semen escurriendo entre las piernas.
El recuerdo de la mujer que lo había devorado horas antes lo consumía, ella había saboreando cada centímetro de su piel, prendida a sus caderas, y tomándolo con ferocidad animal una y otra vez, clavándole las uñas en el pecho y montándolo como amazona desenfrenada convulsionándole los sentidos.
Y buscaba en el solaz del agua fresca un atenuante a ese fuego que todavía sentía en su entrepierna y vientre. Sin lograrlo.
Todavía vivos en la boca el dulce sabor de sus pechos maduros y el ardor de su sexo empujando por más.
No era una mujer, eran 783 mujeres en un cuerpo, que pedía, exigía, tocaba, apretaba, mordía, besaba, succionaba.
Era una jauría animal hambrienta, un pozo de aguas cálidas infinitas que fluían y entregaba en cada grito. Y él, dando empellones torpes en la desesperación de aplacar su deseo, de complacerla desde su propia inexperiencia…
Al cabo de un tiempo para él incalculable, ella se acurrucó en el hueco de su hombro y se rindió al sueño.
El la había contemplado un rato, en un revuelo de sensaciones encontradas y también acabó por dormirse. Se despertó al tiempo, su miembro erguido y con el cuerpo ardiendo buscando más.
Solo quedaban las arrugas de las sábanas, una carta que no leyó y un arco iris acariciando la ventana.

Texto agregado el 16-07-2018, y leído por 61 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-07-2018 Espero dormir esta noche. MujerDiosa
 
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