No había sido la persecución nocturna, ni la adrenalina generada en el momento de tener que correr y dejar todo en una carrera que bien podría terminar en la salvación o quizá en la muerte, no había sido eso lo que ocasionará que Raúl sintiera el hueco en el estómago y las náuseas que ahora le acompañaban regreso a casa en plena madrugada. Había sido el crujiente sonido que había escuchado y que apenas se asemejaba a los deliciosos chicharrones que compraba cada martes en el parque.
El caminar por las calles en altas horas de la noche, sabía, tenía sus riesgos, cuando la luna cobija con su manto de oscuridad la tierra, no sólo enaltece su propia vanidad al ser el principal objeto de brillo sobre la azotea de la tierra, sino también el mejor escenario para la delincuencia que hay en los campos de la población rural, y en algunas calles de jóvenes ciudades que se encaminan hacia la peligrosidad y muerte de las más grandes.
Habían sido dos, y uno estaba más que gordo, de ese sería más fácil huir, sin embargo el segundo se veía menos corpulento y quizá por ende, sería más ágil en caso de que pudiera salir corriendo. Le habían pedido sus cosas, “todo lo que trajera encima el morro”, habían dicho. Ellos traían sólo una navaja, o al menos fue lo que Raúl pensó en el momento, así que quitándose la mochila la impulsó contra el cabrón de la navaja y dejó al gordo sin saber que hacer mientras él huía con mochila en brazos…
La persecución fue larga, sin embargo al tomar aquél bulevar, las luces rojiazules señalaban que había una patrulla cerca, pronto las luces se intensificaron, la patrulla venía de frente. Cuando el joven volteó vio que nadie venía atrás, respiró y continuó su marcha, un poco alentado por la luz artificial que emite el alumbrado público.
Su cuerpo estaba agitado, en breve sabría que los pies le dolerían, usar botas por larga temporada en el día le generaba cansancio por encima del normal en sus pies, y si a esa molestia se sumaba la corretiza que había pegado, ya daba por dormidas sus extremidades.
Sin embargo fue en el trayecto de escasos metros, ahí dónde el alumbrado público no alcanza a mostrar cuando comenzó a escuchar el sonido que lo inquietó, era como si alguien estuviera comiendo chicharrones, de aquellos que compraba en el parque, pero no era así. Al mirar al suelo vio que sus zapatos tronaban con el caminar, la horrenda colonia de cucarachas que amparadas por la oscuridad aprovechaban para salir y comer cuanto podían.
De inmediato corrió hacia la luz, se sacudió el pantalón. Ya un animalejo había logrado trepar, el grito lo hizo hacia dentro, tratando de conservar la calma, tratando de convencerse de que todo estaba bien, en tanto con la mochila aventaba la cucaracha lejos de sí.
La comezón que le surgió en todo el cuerpo, hizo que corriera aún más, las nauseas eran intensas, el hueco en el estómago aún más, ni siquiera podía vomitar, era el sentimiento nada más, la sensación de ser trepado por cucarachas, de ser devorado por ellas, ser explorado por sus largas antenas…
Al llegar a casa medio abrió la puerta, encendió la luz y se desnudó, sacudió la ropa completamente y enseguida la echó a la lavadora, no quería que un solo insecto estuviera en casa… Aquella noche Raúl soñó que comía chicharrones y al crujir entre sus dientes la pesadilla de lo ocurrido esa misma noche se hizo presente, entre sus labios escapaban con sus enormes alas las cucarachas que lo harían sudar esa y muchas noches más.
|