Yo siempre he creído que las personas que entienden la poesía son más sensibles que el resto del mundo, y a veces pensaba que para leer poesía se tenía que tener una especialidad en el tema, sí, un tipo de conocimiento más allá, como el que otorgan los posgrados, con la única diferencia que aquí se trata de la escuela de la vida, es decir, todo.

Al investigar sobre la poesía, sin duda, aparecen señaladas algunas figuras retóricas, que convierten a esta expresión literaria en arte, y en un arte que va más allá de la propia literatura, que conlleva a una interpretación que a momentos se convierte en el traje hecho a la medida de quien llora, o se emociona al escuchar o leer los versos, de gente que está lista para convertirse en el receptáculo de las letras, de la experiencia, de la poesía.

Con los griegos, Calíope siempre tuvo gran veneración, la musa de la poesía épica siempre daba de qué hablar, además de que era la inspiración que a tantos escritores y filósofos había acogido en su seno. Esta musa fue reconocida por los griegos pero su ausencia no fue limitante para que en todo el mundo surgieran poetas: aquellos observadores y amantes de lo bello, seres que incansablemente siempre buscaron perpetuar y aprisionar con letras el sentimiento.

Así es la poesía un halo de libertad que incomoda, que hiere, que trastoca e inmuta, un pedazo de letras liberado siempre por la pluma del hombre que agoniza, que no encuentra respuestas, que llora y clama por un espíritu que se consume en las llamas que provoca la falta de entendimiento.

La poesía la escriben seres dañados de lucidez, y la sufren seres capaces de tener compasión y empatía por los primeros. La poesía es un código que permite la comunión entre comunas perfectamente establecidas, que entienden sus idiomas y que sienten sus lenguajes.

Yo siempre le he tenido miedo a la poesía, por el simple hecho de que existe la posibilidad de encontrarme alguna vez en ella.