ANÉCDOTAS DE UNA DEPORTISTA 1
El reloj dio las 06h00 y con ello el anuncio para abrir los ojos. Levantarme me cuesta mucho porque como buena chica amo dormir, mi mayor récord ha sido de 16 horas seguidas haha pero esto es tema para otro escrito.
El cielo yacía despejado y con sol radiante, no estaba muy segura de salir. El sol no me gusta pero el estrés y las preocupaciones que me atormentaban me animaron.
¿Te había comentado que me gusta correr? Bueno, con este deporte desahogo preocupaciones, recurro a inspiraciones o simplemente lo hago para sentir el sudor en mi cuerpo, extraño, sí.
Prosiguiendo con mi sudoroso relato, luego de arreglarme, de desayunar y de revisar mi correspondencia laboral, me alisté para ir a correr, lo hacía después de cuatro meses debido a una lesión leve en mi pie izquierdo en la última competencia (6k), sí poquísimo pero pisé mal y bueno he estado cuidándome muchísimo (en mi afán obsesivo por estar bien).
¿En qué iba? Ah, salí a correr. Llegué al gran parque a treinta minutos de mi casa. No había mucha gente, calenté, me puse auriculares y patitas para trotar se fueron.
Iba en mi kilómetro 3 hasta que él apareció, corrió tiernamente hacia a mí con su pequeño cuerpo peludo entre mis piernas, me venció y caí, sí, caí sensualmente al piso.
Rápidamente un apuesto chico se acercó a ayudarme, ya sé, no acierto a ninguna.
— ¿Cómo se llama? —pregunté parpadeando muchas veces pues su belleza me había cautivado y estaba nerviosa.
—Pedro —me respondió limpiando el polvo de mis zapatos—. ¿Te encuentras bien? No suele hacer este tipo de cosas. Parece que le agradas.
—Estoy bien, gracias. Solo son raspones pero estoy bien —mentí porque realmente me dolía pero debía fingir ante él—. ¿El perro se llama Pedro?
— ¡Ah! —contestó mientras carcajeaba—. Pensé que me preguntabas a mí, el perro se llama Rex —volvió a decir sonriendo y agarrando al cachorro Doberman por el collar, alejándolo de mí.
—No te preocupes, cuida a Rex. Entonces me voy.
—Espera, ¿te encuentras bien de verdad?
—Ajá, adiós Pedro. Adiós Rex.
Seguí trotando y el perro me siguió nuevamente, me senté, lo acaricié y lo besé. Pedro se acercaba de nuevo.
—Ve con tu papi —le dije meneando las manos.
El perro obedeció.
—Te ve como a su mami —soltó de repente mostrándome sus perfectos dientes.
Tenía que volar de ahí, no lo conocía, era un extraño. Y estábamos en una parte desolada del parque, quizás Rex era la carnada para atraer chicas.
Desconfiaba de él menos del perro, obvio.
No pude huir porque mi pie empezó a demostrar que estaba mal, así que no tuve más remedio que vencerme y dejarme acompañar.
Caminamos juntos y para llamar más la atención mi codo empezó a sangrar. Pedro se acercó y me limpió con su pañuelo, parecía buena persona pero las apariencias siempre engañan, pensé repetidamente.
Sí, ya sé lo que estás pensando, el tipo me estaba coqueteando con buenas intenciones y yo haciéndome la loca. Arrójame tomates, estás en tu derecho.
Me acompañó a mi auto, me despedí de Rex y me proponía arrancar hasta que me detuvo al tocar la ventana.
—Te presto el pañuelo, sigues sangrando.
—Gracias —fue lo único que exclamé agarrando el trapo manchado.
Claro ¿quién querría un pañuelo con sangre ajena?
—¿Te veo mañana? —preguntó esperanzado en mi respuesta.
—Puede ser, ¿te dije que amo a los perros? —Inquirí a modo de respuesta—. ¡Me encantaría ver a Rex otra vez! Si viene solo, mucho mejor.
Arranqué y salí del lugar, Pedro quedó con cara de desconcierto mientras mi maldita desconfianza y yo huíamos.
Lo sé, también lo creo. Te leo el pensamiento:
No debí salir a trotar. Tengo gratos recuerdos en las rodillas y codos para rato.
Kahedi, la de los raspones. |