Caminando sin destino, aburrida, angustiada y casi sin esperanzas, recorría el paseo plagado de verdes y alguna que otra flor.
Un martilleo incesante le perforaba la cabeza provocándole un atontamiento mayor que el habitual.
Miraba casi in ver; oía sin escuchar.
Las palabras y frases cruzadas en la sanguínea discusión retumbándole en la cabeza. Se había dejado llevar a sabiendas que en momentos de rabia las palabras NO se las lleva el viento, al contrario. Se hacen más carne y más crudas aún.
Y la boca se le había descalabrado como marioneta loca, masticando palabrotas e insultos tal vez inmerecidos tal vez innecesarios. Así fue…el viento no se llevó las palabras, ni las propias ni las ajenas.
Devanándose los sesos buscando forma de reparar lo sabido irreparable siguió deambulando sin norte, sin sur, sin esperanzas.
Sin casi darse cuenta se topó con el enorme cerezo, de tronco rugoso y añejo. Floreciendo ancipándose a una primavera que ella sabía no habría de ver.
Trepada como enredadera al árbol sacó el cinto de los pasadores de su jean gastado, lo enroscó en una rama gruesa y rodeó su cuello con el extremo, acarició la rama sintiéndola su amiga y sabiendo que ella sería su último contacto con la vida, y con la certeza también la última caricia que el recibiría de su parte, porque sería esa rama la que el tocaría buscando su presencia.
Y se colgó.