¡Levántate! ¡Brilla! En ti amanece.
No temas agotar la luz
que el mundo está en tinieblas.
No temas agotar la luz
que la vida se oscurece.
Levántate como encina de justicia.
Estremece tus hojas por su palabra.
Ya no te sientes a esperar la nueva Jerusalén.
Impaciente sobre las puertas de oro la hiedra
acabará rápido el dulzor de la ansiosa espera.
Nunca verás llegar la paz entre muros de piedra.
No te quedes sentado viendo crecer la zarza
que ya te avisarán los parásitos si sale hierba.
No debes esperar más ser tú el consolado.
Abre de par en par las puertas del perdón,
porque desde mucho antes eras ya soldado.
Eleva riguroso cada día una sentida oración,
y mira cómo se alza el muro de esperanza
con penitente y agradecida alabanza.
Si te pide, tu hijo ser amado. ¡Aunque se sienta castigado!
¿Serías tú capaz de no quitarle lo que sabes, le hace mal?
Y si te dice: ¡Déjame solo! Sé muy bien lo que hago.
¿No estarías sufriendo en respetuosa espera
inmovilizado, por el inmenso amor empeñado?
¡Grítale fuerte! Mientras tú vivas tienes oportunidad,
deprisa que cuando llegue la muerte, desaparecerá.
No desfallezcas a la sombra del profeta inmundo.
Deja de esperar la paz que esperan tus sentidos.
Cuando tus ojos se cansen, brotará de ti al mundo.
Porque te aseguro que en cada uno de tus suspiros,
caminarás entre eternos cuerpos moribundos,
ardiendo como divinas ofrendas sin respiro,
bebiendo su sangre, comiendo su amarga carne.
Nunca serán suficientes todos los golpes recibidos,
aun así continuamos confiando en el juicio del hombre,
en su búsqueda de paz a través de actos prohibidos,
en sus desordenadas ansias de perdurar su nombre.
Tanto nos aferramos desesperadamente a lo vivido
que hacemos de la muerte nuestro eterno destino.
La vida, incansable búsqueda sin sentido,
que favorece en su trayecto la oportunidad,
de descubrir y aceptar el verdadero destino.
Ese tanteo de la humanidad en la oscuridad
que se hace únicamente en la paz, verdadero.
Reflejo en oposición a la persistente intranquilidad
que anida agotada en la soberbia humana voluntad.
La nueva Jerusalén restaura las almas rotas.
Baja desde lo alto y se edifica desde tu interior.
Calma la sed de justicia inundando con gotas
de desbordante paz, de la verdadera paz superior.
En la eterna romántica escena del padecer humano,
en el remedo de paz de muertos que te dan la mano.
No esperes más una vistosa segunda venida,
ni segundas oportunidades para continuar en lo mismo.
No esperes más que en las manos del hombre,
se construyan murallas con lo que sobra del egoísmo.
Atrévete a ser el más generoso ante sus ojos,
haciéndote el amoroso servidor de muchos o pocos. |