Este texto está acompañado de una fotografía de mi hermana en un viaje por Perú.

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Transitabas la vista guardando en la retina las últimas imágenes que quisiste rescatar y traer de vuelta para llenar los espacios que vaciaron esos días. Puedo estar seguro de ello porque lo veo en tu cara. Quizás notaste mi presencia o el sonido de la cámara, pensando en qué sería lo que había captado o preguntándote si te estaba molestando. La verdad no lo sé. Seremos muy hermanos, pero aún no nos leemos la mente ni los recuerdos. A veces quiero creer que es para bien.

Como siempre y como nos criaron, sabías que podías encontrarme tras de ti, o tocando la puerta al cruzar el pequeño sendero que dividía la luz de mi cuarto y el viento de la tercera puerta que daba al patio en la última casa donde te vi vivir junto a mí. Estabas escapando con la mirada. Buscando caras familiares o leyendo el letrero de un restaurant. Quizá fuerza para aferrarte aunque sabías que no la necesitabas porque eres fuerte, más que eso, eres valiente. Eso también lo veo en ese rostro reflejado en ese espejo distante que jamás volveremos a ver. Pero ahí estás. Mostrando al mundo tu rostro. Con una leve sonrisa de relajo y de duda. Levantando las cejas al oeste una tarde de abril.

Así como tú en aquella foto, hoy me hallo mirando hacia atrás y hacia el lado. Comparo las dimensiones que ya no existen. Las barreras de tiempo que rompimos y llego a tu rostro siempre para volver a aquel día en que dejamos de vivir bajo el mismo techo. Y aún así, aquí estamos. No podemos dejar de ser hermanos.

Hoy te eché de menos durante todo el día y sabes que no soy el que levanta el teléfono para llamar. Prefiero abrazar o escribirte un par de palabras a mi manera. Y acá están. A veces se junta tanto orgullo y alegría sabiendo que me das vida que escribo cosas para ti y tú quizás ni sabes que existen. Pero este escrito verá la luz. Porque te quiero agradecer con estas palabras ese rostro de confianza que me das en cada recuerdo que tengo con vos.

Te amo, hermana.