Trato, en la medida en que me es posible, de respetar las creencias ajenas.
Eso, a veces, choca con mi propia existencia:
Horacio no cree en extraterrestres.
Era primavera la primera vez que tal temita salió a la luz, y las tardes-noches calurosas invitan a la cerveza...
Llevaríamos unas cinco cuando el tema surgió, sentados como estábamos en la costanera.
Le planteé como ejemplo el caso de Wolf-424, que es el nombre científico de mi sol adoptivo.
Es un secreto que soy ummita por adopción. No puedo decirlo a nadie. Aún así, dejo pistas sembradas para que él se dé cuenta. Pero dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver... (que hay incontables mundos además del nuestro.)
_Es de ilusos creer que la Tierra es el único planeta con vida inteligente en todo el universo_ digo.
_Pues fijáte vos _me contestó él_ que sólo la gente ignorante es secuestrada por platillos voladores. _ Se rió con esa carcajada fácil de siempre._ Pobres diablos todos ellos... estúpidos cuenteros._
Yo odio ese gestito de él, esa mueca de desprecio, cuando se refiere a la gente.
_¡No podés tener la mente tan cerrada! _Le grito, fastidiado.
_No es mente cerrada, mirá Sebastián: _me dijo, poniendo ese tonito didáctico típico de él_ creo más en hadas, duendes, elfos, vampiros, Catoblepas, unicornios y otras criaturas fantásticas que en extraterrestres... _
Ahí vi mi oportunidad para contraatacar:
_ ¿Esas criaturas son más posibles para vos que la posibilidad real de inteligencia alienígena? ¡Eso sí es una estupidez!_
Me imaginaba su cara cuando le contara que Victoria, mi mujer, es ummita. Una vez que me lo permitieran, si la Tierra entra en la Federación... (La cual a su vez está en discusión acerca de si la humana es una especie inteligente o no... Yo, aún tengo fe de que sí.)
_Sí_ cortó mi divague mental, Horacio.
Entonces sucedió...
Vimos una luz en el cielo, amarilla e intermitente, que avanzaba recortada contra las estrellas de la Vía Láctea. Hacia nosotros.
Pasó todo muy rápido. Pensé que era una nave espacial...
Pero no.
Era un enorme, verde y escamoso ser alado, que lanzaba fuego por la boca.
Me dio un susto tremendo, me escondí tras uno de los espigones de la costanera.
Horacio ni se movió de su sitio. Es más, tranquilamente bebió un trago de su cerveza, y cuando terminó de beber, sonriente, me llamó:
_¡Salí de ahí, gil! ¿No te das cuenta de que es sólo un dragón? _
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