Los tiempos , allá por los 50, en la España rural , eran muy duros y el pequeño Eugenio muy indómito.
Su madre, dueña de un Parador o fonda donde recalaba variopinta clientela, lo entregó a un matrimonio de León que no tenía hijos, harta de las travesuras del benjamín de cinco hijos, todos varones. Se había quedado viuda con los cinco vástagos a los treinta años y es de imaginar que le sobrepasaban las duras circunstancias.
Eugenio pasó cerca de medio año con los padres adoptivos, que , aunque buena gente, explotaban al pequeño. Harto de los abusos, un día se dio a la fuga. Se montó de polizón en la carbonera del tren y aterrizó en Ávila. En esta ciudad la policía lo arrestó, negro como la pez, y fue devuelto , a su hogar, todo tiznado y harapiento.
Desde entonces , fue el favorito de la madre natural, que quiso con ello lavar la mala conciencia por haberlo entregado sin papeles a la pareja castellana.
Este episodio hizo de Eugenio, el bien nacido, un ser peculiar; pero jamás le reprochó a su madre aquellos hechos, sabedor sin duda de las dificultades de la larga posguerra.
Unos años más tarde, temiendo ser víctima de las batallas a pedradas con su otro hermano pequeño, emigró a Francia con dieciséis años, donde su viva inteligencia natural hizo que este nuestro singular pícaro del siglo xx con fuerza y maña remando saliera a buen puerto.
Siempre dijo: " Mi vida es una novela" y no le faltaba razón. |