Parecía un chiste de Eugenio y, sin embargo, venía allí en la primera plana de aquel periódico tan prestigioso. Miré la fecha: no estábamos a veintiocho de Diciembre. Por más vuelta que le daba no lograba entender el interés de aquella noticia, ni tampoco cómo se había saltado los protocolos periodísticos más elementales para aparecer entre noticias tan enjundiosas como que España había dejado el Mundial a las segundas de cambio. También sopesé la posibilidad de haberse traspapelado del apartado de sociedad- que daba rumorologías de tal calibre en las hojas finales del periódico. Pero la realidad era incontestable. Allí venía, saltándose las líneas editoriales amasadas por más de treinta años de historia. Aquella muestra de lenguaje periodístico innovador parecía constituir un reclamo sobre las cosas importantes de la vida. Claro que sí: había que reivindicar hechos de tal enjundia como motores de la existencia. Me sumé a aquella línea novedosa afianzándome, si cabía todavía más, en la fe que había puesto- hacía de ello muchos años- en aquel periódico.
Cuando descubrí que era el título de una obra de teatro era ya demasiado tarde para tener una buena opinión de uno mismo sobre aptitudes, en general, intelectuales.