Ocho horas en la oficina sin siquiera ver la luz del sol. Y todavía lo espera un largo viaje en tren hasta su casa. Después la cena, un poco de televisión y a dormir.

Mientras observa a las palomas que revolotean en la plaza, piensa en la monotonía que rige su vida. En cambio, ellas se desplazan con gracia de una rama a otra, disfrutan cada instante y se entregan al placer de vivir.
Le gustaría saber qué se siente al volar. Tan solo extender las alas y elegir libremente hacia dónde ir. Si fuera una paloma, iría siempre a lugares distintos. Sitios llenos de magia.

Se detiene unos minutos y con la esperanza de cambiar algo en su rutinaria existencia, se tiende en la hierba de cara al cielo. Una grata sensación de paz se apodera de él. Totalmente distendido, cierra los ojos dispuesto a volar con la imaginación.

Ahora es una paloma que desde lo alto puede ver cómo la gente va de un lado a otro de la ciudad.
De pronto, una llovizna leve la obliga a cobijarse. Hoy no ha conseguido suficiente alimento. Además ha visto unos halcones rondando cerca de allí.

Sin previo aviso, la brisa se convierte en ráfagas de viento helado. Busca un refugio apropiado para pasar la noche. Siente hambre y frío.

Las personas suben a distintos medios de transporte, viajan rumbo a sus cómodos hogares para descansar.
Acurrucada bajo un alero, la paloma ruega que pare de llover, luego cierra los ojos y sueña que es un hombre otra vez.