Un desierto blanco se ve por la ventana
Y no se logra distinguir cielo de arena desde donde se asoma porque no se puede tocar.
Se muestra pacífico y vivo.
Con movimientos de un ave en el aire haciendo un nido quizás, de esas que pasan portando ramas celestes en picada al hogar.
Se ve lejano y silencioso
como un barco al borde del horizonte y del recuerdo.
Se huele como aire frío, de ese que penetra en las narices de los inviernos más críticos.
Se siente como una montaña elevándose al vacío, ese vacío que nunca podremos llenar.
Dunas eternas de sal flotante.
Vientos que empujan la vida en el borde.
Nunca habrá un caminante que lo invada, penetre ni cruce.
Nunca habrá otro desierto igual.
Un número infinito en la muralla del este dando la cara al mar que cuenta las veces de su constante cambio hasta que desaparece de todo lugar.
Una imagen invertida en el espejo de la verdad.
Una ciudad que se abre y aparece distante.
Una ruina descrita
Que nos da la bienvenida en la raíz de su clima.
Desierto blanco y brutal, imagen flotante del alba de un viaje,
me quemas la vista con todas tus ganas,
pero te quise escribir igual.