Me acosté con pelo sobre la cabeza y me levanté calvo completamente. Me acordé de Gregorio Samsa y por vez primera comprendí a Kafka, en toda su extensión y profundidad. De hecho pienso que la transformación de G. Samsa era una metáfora del hecho capilar. No es creíble que se levante alguien convertido en una cucaracha gigante. Exagera el autor con fines explicativos.

Seguramente G. Samsa también estaba en un internado.

Eso sí: había dormido profundamente. Recuerdo que como colofón a la despedida del Centro, alguien se había procurado unos chinos. Nos los fumamos. Muchos de nosotros no nos volveríamos a ver y quisimos celebrarlo a lo grande.
Me presenté en mi casa con la cabeza absolutamente rapada; pero hasta el punto de tener brillo. El grito de mi madre se oyó en toda la cuadra. Algunos vecinos del barrio asomaron alarmados.
Mis compañeros me habían hecho un fino trabajo. Durante un tiempo mi cabeza semejaba una bombilla. El bombilla me pusieron. Hoy en el trabajo, ya con pelo, me siguen llamando así, por inercia, pues ninguno de mis compañeros sabe la razón del apodo. Cuando me preguntan digo siempre que se debe a la fluidez del paso de las ideas sobre mi caletre. Se quedan conformes. Algunos piensan que no es para tanto. A veces los sorprendo conspirando con mi seudónimo. En cuanto los oigo, en simple asonante cojo el concepto. No me molesta; hay cosas peores.

Si quieren saber lo que pasó por mi mente cuando me asomé aquella mañana al espejo, lean a Kafka. Puro horror y eso que no estaba totalmente despierto.