Quiero escribir y se me hace cuesta arriba. Si dispongo de un par de horas libres y existe la oportunidad de aprovecharlas para escribir, encuentro sin problema alguno, cada vez, un pretexto válido para posponer la escritura, eludiendo así lo que podría ser un tiempo productivo, creativo. Supongo que se requiere más compromiso y voluntad de parte mía para que las ideas logren tomar consistencia real.
Terminé de leer:” Homero. Ilíada”, de Alessandro Baricco. Me siento trastornado por tanta sangre y muerte en cada una de sus páginas. Muchos guerreros, muchos héroes, algunos gozando de la protección de los dioses. La historia la escriben los vencedores, eso es bien sabido y razón suficiente para ver como los troyanos son despedazados y muertos por los aqueos. ¿Por qué Diomedes, Ayante, Menelao o el propio Agamenón, no pueden ser heridos de gravedad o morir bajo las lanzas o espadas de sus enemigos, sin importar que traigan puestos escudos, corazas o yelmos relucientes como los traen los mismos troyanos? Aquiles, como un huracán incontrolable, va arrasando y dando muerte a todo aquel que se cruza en su camino. Es cierto que es muy hábil con las armas y un guerrero magnífico, pero nunca recibe heridas, de todo se salva, resulta desesperante constatar como caen bajo su lanza o espada todos los que lo enfrentan sin que reciba rasguño alguno.
¿Por qué Héctor tiene que morir y su cuerpo ser arrastrado ignominiosamente a través de toda la llanura, por el encolerizado Aquiles?... Es cierto que ha muerto su querido amigo Patroclo y que es justa su ira; pero en una guerra tan larga, resulta obvio que también muchos aqueos tenían que morir.
Después de la lectura, me queda un sentimiento de cierto gusto, que haya muerto el tal Patroclo, y una simpatía extraña e íntima por Héctor y los troyanos, más que por Aquiles y sus compañeros o Ulises, que también aparece y es llamado aquí “el astuto”. Tras cada página de las batallas narradas, el deseo insano de ver morir a Menelao, Ayante y demás guerreros aqueos, era muy fuerte, profunda, no sólo de saberlos heridos.
De pronto, Homero, se me revela como un cantor de parcialidad brutal en favor de Aquiles y los aqueos, que me deja molesto y un tanto decepcionado por no tener Troya y sus héroes, un destino más benigno.
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