Ellos, los crueles jueces de la opinión pública, los que creen saber algo, los que arruinan todo con sus pedestres y lapidarias pseudos verdades.
Ellos, que enarbolan la bandera de la ética, los que señalan los límites entre lo moral y lo profano, los que tienen poder y los que tienen fuerza, los que no entendieron aún de que se trata.
Ellos, los dueños del futuro de la humanidad, los que tiñen de ciencia a sus intereses, los que añaden una tilde al sentido común, los que globalizan ideas, y los que en nombre de la libertad uniforman los cerebros aún niños, disfrazando de religiones a los panópticos, ellos que creen tener siempre algo para decir y nunca consideran tener algo para escuchar.
Ellos que nos hacen imposible una vida que sin ellos sería posible, ellos que complican lo fácil y firman al pié de nuestras actitudes, ellos que aprueban o reprueban según se haya dicho, ellos que no caen en la tentación de beber hasta el hartazgo esta vida, ellos que son dueños de las estructuras monopólicas de pensamientos y actitudes correctas. Ellos no se enteraron que existimos nosotros como otros, sino como utilitarios para concretar sus fines, solo nos caen con toda su fuerza sojuzgándonos, apretando pero no ahorcando, porque para nosotros morir es casi un lujo que no nos podemos permitir.
Ellos tienen objetivos, nosotros el pan nuestro.
Ellos tienen apetito, nosotros sabemos del hambre.
Ellos se unen civilmente, nosotros nos revolcamos siempre como si fuese la última vez.
Ellos son intelectuales, nosotros simples lectores.
Ellos son los conquistadores, nosotros los conquistados.
Ellos le temen a la revolución, nosotros no podemos armarla.
Ellos son burgueses acomodados, nosotros no somos ni siquiera proletarios.
Para ellos el silencio es salud, nosotros recordamos la salud solo cuando brindamos con un vino barato.
Ellos deciden que darnos, nosotros creemos elegir.
Ellos comen y comen, y nosotros recogemos las migajas para darles a nuestros hijos.
Ellos hacen negocios, nuestra vida es su negocio.
Ellos maduran, nosotros nos hacemos viejos.
Ellos han bebido unas copas de más, nosotros somos los borrachos de siempre.
Pero ellos no saben que se van a morir, no lo recuerdan, no tienen idea de que todo acaba cayendo por su propio peso.
Ellos no saben que mientras hayan ellos y nosotros no habrá mucho que hacer por aquellos, que aún no han entrado a escena, las minorías, los hombres de la tierra a los que ellos denominaron indios, los niños con capacidades diferentes a los que ellos denominaron mogólicos, los homosexuales a los que ellos denominaron putos o tortilleras, los hombres de color a los que ellos denominaron negros, los placeres a los que ellos denominaron pecados, los adictos a la vida a los que ellos denominaron locos y se encargaron de encerrar, los revolucionarios a los que ellos denominaron sediciosos o guerrilleros o subversivos o como carajo les guste, ellos, los que exterminaron una generación en nombre de la patria, nosotros los que todavía vemos un Fálcon verde y nos cagamos encima.
La única diferencia entre ellos y nosotros es la cultura, la conciencia, el dinero, el poder, o el no poder, la fuerza despareja, el miedo, el dolor propio y el ajeno, las ganas de barajar y dar de nuevo.
La única diferencia entre ellos y nosotros son los arroyos de sangre que nos separan. |