No recuerdo manos más heladas que las de mi abuela materna.
Llenas de sensaciones y estímulos con memorias extrañas de Cabildo, del campo, del frío y del maltrato.
Se vino a Valpo a los 13 años en carreta y no quiero ni imaginarme qué le pudo haber pasado a esa edad. Pero estoy seguro que tenía las manos heladas igual.
Sus manos son pequeñas pero fuertes por el trabajo que ha realizado. Y algunas veces le doy mis manos para traspasar el cariño que no le digo con palabras salidas de mi boca.
Mi abuela es ciega hace un tiempo.
Sus manos son sus ojos ahora.
Y vuelvo a repetir que no recuerdo manos más heladas que las de ella.
Su cabeza canosa se mueve intentando imaginarse un partido que escucha de la televisión.
Yo sentado a su lado escribo esto escuchando sus palabras en forma de historias que me gustaría pasar al limpio. Pero algunas son tan oscuras que no merecen brillar.
Y sé que que a pesar de todo sus manos se calentarán cuando nos sentemos a almorzar.
Texto agregado el 25-06-2018, y leído por 53
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Lectores Opinan
25-06-2018
tu texto es desgarrado y a la vez hermoso. Hay vidas así sufridas, pero aún en la amargura mantienen la dulzura en el corazón. Un abrazo, sheisan
25-06-2018
Pasa a limpio esas historias de tu abuela de manos frías y seguro que corazón caliente. Hipsipila
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