Os une la mediocridad- proclamó el hombre mientras se largaba.
Se estuvieron riendo una semana, instalándose después entre ellos cierta melancolía. Qué duda cabe, fruto de aquellas postreras palabras. De aquellas postreras palabras y de la vinolencia con que las habían tratado de borrar de sus registros auditivos. Y es que el hombre había dado en el clavo.
Mandaron emisarios. Aquello no podía quedar así y empezaron a mover sus hilos.
Sobre aquellas palabras edificaron un problema. Los vecinos comenzaron a mirarse con recelo, en busca quizá de la sombra de mediocridad que según aquellas palabras proféticas les unía. Con ello se desestabilizó la convivencia y acordaron que no pararían hasta borrar el concepto, con la sangre, si era menester, de su postulador. Aquella sangre traería de nuevo la paz a la villa, y, con ello, el fin del tiempo de las venganzas.
Pero no dieron con él. Lo buscaron sobre toda la faz de la tierra, invirtiendo grandes sumas, a través de una colecta vecinal. Mientras no llegara la noticia no descansarían. Aquel objetivo en la vida hizo que se desarrollara su inteligencia. Ya no era la mediocridad la liga de sus afectos, pero el odio había anidado entre ellos. Eran un pueblo dispuesto, pero también a su aniquilación. Que de varias formas se puede revestir el desarrollo. Siguieron buscando invirtiendo fuertes sumas.
Muchos años después les hubiera podido llegar la noticia del fin del tiempo de las venganzas, pero estaban todos muertos. Bajo las lápidas del camposanto yacían las materias grises de la comarca, pero no les daba el sol. Quizá les hubiera bastado un mediocre sol sobre sus cabezas.