HUELE A LOCURA
Es el olor a la locura. ¿La podes oler?, me preguntó.
No había pensado en ello hasta que me lo dijo, si, podía olerla, era un olor nunca antes experimentado, diferente, si fuese perfumista sería imposible reproducir ese hedor. A qué se parecía, no lo sé, es un olor único, irrepetible, en ningún otro sitio lo había olido antes.
El primer día que entre al hospital, un olor mezcla de mugre, sudor, humores, semen, con desinfectante y comida; comida rancia, cocinada sin afecto, por obligación, hasta me animaría a decir con asco, pues nadie, ni aún el peor cocinero (o hágase llamar de tal) puede guisar algo tan pestilente; me embriagó.
Pero ahora que lo pienso, no es la mezcla de estos componentes, es el olor a la locura.
Apartados de la sociedad, de sus familias, amigos, por miedo al contagio, por miedo a que digan lo que no se puede decir, lo que se debe callar, para no perturbar el buen juicio de los “sensatos”, para no desequilibrar el no-equilibrio de la sociedad, para no quedar impregnados con su olor.
Locura de sentirse diferente, de no saber si son comprendidos o si le dicen el “si de los locos” para no llevarle la contraría ... por las dudas, nunca se sabe...
Tirados en los pasillos, con las miradas perdidas, sumergidos en su mundo, un mundo inaccesible, difícil de poner en palabras, impenetrable, en el cual solo ellos pueden entenderse, un mundo de neologismos, para los que se dicen “sanos” ilógico.
Andan por ahí, hablando solos, gesticulando, riéndose, llorando, gritando, masturbándose compulsivamente, emanando su olor sin piedad.
Me quedo un rato observándolo, sus ojos azules están concentrados en el pucho que esta armando, moja con su lengua la hojilla, enrolla el tabaco, busca los fósforos, enciende el armado e inspira profundamente, largando el humo muy despacio, con la boca abierta formando labios en el aire.
Levanta la vista y me ve, se rasca el oído derecho, mira la uña y se la mete en la boca y luego escupe.
Vuelve a mirarme sin decir nada, ninguno de los dos dijo nada .
No había nada que decir.
Salí corriendo del hospital, queriendo dejar la locura allí dentro y su olor.
Caminé hasta la plaza, serían unas 20 cuadras, me senté en un banco y quise tragarme todo el aroma a pasto recién cortado y a las flores para quitarme el olor a la locura, me huelo las muñecas para ver si algún rastro de mi perfume francés queda, pero nada, solo ese olor impregna mi piel, mi nariz.
Llegué a mi casa, me metí en la ducha y refregué mi cuerpo como queriendo sacarme el pellejo, lo enjaboné, lo enjuagué y volví a repetir varias veces el ritual.
Me sequé, puse crema en mi cuerpo... bueno... parece que ya no huelo más mal.
Tengo apenas 30 minutos para llegar a la cena, entro al restaurante y estaba en la mesa esperándome.
Me acerco, lo beso en la mejilla y pido disculpas por el retraso, ordenamos la cena y conversamos de temas triviales (como de costumbre).
Me lleva a casa, una vez en la puerta, al despedirse me pregunta:
-¿Cambiaste de perfume?
- No, le respondo, ¿por qué?
- No sé, hueles raro, me dijo.
Paula
Ago’02
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