Hay un color en los reflejos que ilumina el tiempo
que destella entre parpadeos tus formas
arrojando los instantes grabados en hojas sobre suelo de otoño
como cartas del Tarot sobre la mesa.

Hay algo en la historia que siempre trastabillea en ti
devolviendo las sonrisas escondidas a las calles y los cerros
que albergan los gestos de la incierta juventud sin medida.

Cuando te vi
llevabas guardado el mar en la maleta de tus córneas
y la sirena escondida entre tu blusa
con su canto mudaba todos los silencios
adormeciendo cada una de las miradas.
Cuando te vi
el sol comenzó a pintar cada mañana tus colores
como dibujo de una niña renacentista
que brilla con la inocencia y la brisa del alba
que ilumina pincelada tras pincelada todas las perspectivas aportilladas
como en aquella aguda esquina compartida
en donde los cuentos ya no tienen sentido
y la fortuna del asombro –cual princesa fugada de las hojas de un libro–
nunca aparecerá sobre una piedra al borde de un río.

Con la palabra como intento que silencia los ecos de la ausencia
intento vanamente acompañar esos vacíos sin sentidos
que aveces eternizan las vigilias sin estrellas
que retumban los pasos de las inevitables partidas.

No necesitas ser merecida... de verdad
no necesitas un príncipe para buscar tus destinos
el viaje no siempre acompaña las alegrías
pero tus ojos se mecen en el vaivén de los míos
mientras las pupilas nocturnas momentáneamente ciegas
ya no te pertenecen.

Tu habitas horizontes en donde nacen los arco iris
que tarde o temprano despuntarán en sonrisas
que caerán como estrella fugaces
llenando las cadencias al compás de los latidos.
No existe medida para la distancia
entre el eco
la espera 
y la alegría,
canta el cielo en cada brillo de tu pelo
promulgando un amor sin condiciones
y tan tuyo
como la vida misma.