Empezó a girar la pelota, el balón; el esférico o el útil, como decía algún viejo relator. Allá en el barrio, era la vieja y querida globa.
Empezó a girar, a volar, a hacer en definitiva, lo que ella quiera y, con sus caprichos, empiezan a caer poco a poco las ilusiones locas de los David, que íntimamente sueñan con hacer historia derrumbando a su Goliat. Empiezan a morir esperanzas locas. A fracasar cábalas. A desnudase la ignorancia de los futurólogos que creen saber todo y que silenciosamente van cambiando sus pronósticos.
La emoción es la misma desde aquel borroso 1930, en el que ni siquiera era necesario un número en la camiseta, hasta hoy, en que los jugadores llevan un GPS que delata su esfuerzo.
Desde aquellas de cuero, cuero, cosidas a mano, que cuando se mojaban dejaban un tatuaje en el cuerpo de los que trataban de interponerse en su camino a la red, hasta la de hoy con chip incorporado, la esperanza y la ilusión, son la misma. Pero también el desencanto, la tristeza y los reproches.
Ya se sabe, la historia solo recuerda al Campeón. Los demás, solo son actores de reparto que acompañan con su fracaso, el paso del mejor.
Ruede, gire, deslícese… Elija al que mejor la trate. Al que le haga sentir la pasión, al que mejor la acaricie y le demuestre que valió la pena.
No sé hasta dónde vamos a llegar. Reconozco que no tengo ni idea, pero por favor, Doña Globa, deme una alegría… Una más.
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