Indecisión
Nunca se atrevió a declararle su amor, pero un día se envalentonó y se dijo –de hoy no pasa. La vio venir calle abajo y decidido salió a su encuentro. María nunca había tenido marido, novio ni perrito que le ladrara. Cuando lo vio venir hacia ella se le encendió la cara y los ojos le hicieron chiribitas.
El hombre a quién llamaban J, después de mirarla a los ojos se sintió desfallecer. Pero le quedaron fuerzas para correr a los naranjales, y, allí, debajo de un naranjo se abanicó con su sombrero de paja. Pero un calor sofocante le seguía quemando las entrañas. Aquellos ojos de mujer, negros, profundos, aún los veía en su retina. De pronto se levantó y como un autómata se dirigió al pueblo y terriblemente desesperado llamó a la puerta de María. Nadie le respondió desde dentro de la casa. Pero una vecina (la de la acera de enfrente), desde su ventana lo llamó. Le dijo que la señora de la casa había ido a comprar (boquerones o camarones o camaleones), porque la había oído mascullar entre dientes algo terminado en ones, “para hacerlos tiritas y freírlos en abundante aceite”.
J, se fue directo a la pescadería y, al no encontrar a María decidió esperarla a la puerta de su casa. Y allí estuvo esperándola, mucho, mucho tiempo, en realidad “15 minutos”, pero a él le pareció un siglo. Cuando la vio venir calle abajo se le aceleró el pulso y quedó petrificado. Quiso llamarla, pero no le salía la voz de la garganta. Ella pasó por su lado susurrando una canción.
“Me cuentan las malas lenguas
que lloras “arrepentío”
que lloras “arrepentío”
paseando por mi puerta
y que triste y “abatío”
pareces un alma en pena.”
María entró decida a su casa. El hombre se asomó a la ventana de la cocina y vio cómo ella cogía el cuchillo con rabia, y sacaba del cesto de la compra una bolsa (con una especie de bolitas dentro, albóndigas o algo parecido, en la que pudo leer algo terminado en “illas”). Y haciéndolas tiritas las echaba en un humeante aceite de oliva virgen. Nunca jamás a J se le había visto tan pálido.
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