Este texto fue participante en uno de los retos y concursos de nuestro querido Planeta Azul, hace unos meses. No ganó absolutamente ningún voto, pero el placer de haber participado, no me lo quita nadie.
Freno el auto apenas a tiempo para no arrollar a la mujer que aparece de pronto en medio de la oscuridad de la carretera, con los brazos levantados, intentando detenerme. Viste una gabardina color claro. A pesar de su semblante de angustia, observo que es rubia y muy bella.
-¡Ayúdeme, por favor- grita, apoyándose en el cristal de la ventanilla.
Con cierto temor, bajo el cristal. ¿Qué hace esta mujer, sola y a estas horas de la madrugada, en medio de la nada?
-Mi automóvil se descompuso un poco más adelante. Voy a visitar a mi hijo enfermo y es urgente que llegue.
Me apiado de ella y le digo que suba. Conduzco hasta encontrar su auto.
-¿Podría acompañarme? Tengo mucho miedo. Sólo recojo mi bolsa y unos documentos.
-Están en el asiento trasero- me indica, mientras ella permanece a mi espalda.
Abro la puerta trasera del lado del conductor y tentaleo en la oscuridad tratando de hallar los papeles. Es en ese momento que ella me empuja y se encarama sobre mí. Forcejeo intentando darme la vuelta y quedo frente a su bello rostro que abre los labios sensualmente buscando los míos. Logro percibir que se ha abierto la gabardina y bajo ella, toco su cuerpo desnudo y tibio.
Sorprendido, no atino a hacer nada, ni siquiera a defenderme. El sabor de su boca y el olor de su piel perfumada me lo impiden. Por estúpido que parezca me dejo llevar, no pido explicaciones y menos, cuando la mujer rubia busca con urgencia en mi entrepierna. Desabrocho mi pantalón como puedo y me sumo en las delicias de su cuerpo mórbido, anhelante. La acaricio con fruición, con fiereza; ella lo hace también, entre gemidos y pequeños gritos que me enervan y excitan cada vez más. No sé cuánto tiempo permanecemos así, en esa lucha de deseos no contenidos. Es con un largo grito final, que parece casi un rugido, que deja caer su cabeza semi desmayada sobre mi hombro, jadeando ligeramente. Me dice: “gracias. Lo necesitaba”.
Sin alcanzar a responderle, ante mis aterrados ojos, el auto y la mujer, se desvanecen en el aire; mientras yo, me encuentro ridículamente tirado sobre la tierra, con los pantalones abajo y el sexo al aire, sin otra alma más que la mía.
|