Me desespera el calor, nunca lo he soportado. Traspiro y traspiro sin parar, el ventilador se descompuso. No tengo cultura de ventiladores, pero el anciano más viejo de la aldea donde vivo, quien parece saberlo todo, indica que se estropeó la turbina. Desconozco qué es la turbina, sólo siento como si por los poros se escapara todo lo que hay en mi organismo y aunque Uiara, la indígena que me ayuda en la casa, comenta que el anciano mayor dice que mejor es sudar para que el cuerpo se enfríe, no lo soporto. Mi cerebro se niega a acostumbrarse a tanta mojadura que le indica el hipotálamo.
- Y el anciano, ¿no sabrá cómo reparar la turbina? – pregunto a Uiara.
- No sé, señorita, pero la ayudaré con algo que me enseñó mi madre.
Uiara sale al patio, no sin antes cerrar la puerta de malla metálica que pedí instalaran en la casa donde moro porque les tengo terror a las moscas y aunque las que rondan a esta aldea y que son ninfas, prefiero tenerlas bien lejos de mí.
Uiara regresa al rato y trae unas pencas de aloe vera. Les quita la piel que cubre la sustancia gelatinosa que contiene y mientras hace eso, pone a hervir hojas de eucalipto de la zona y le agrega flores de camomila que extrae de un pote. Al despedir un aroma agradable, retira la infusión de la estufa y la coloca encima de un recipiente donde está el hielo que trae un camión todas las mañanas. Cuando la infusión está a temperatura ambiente, tritura el gel del aloe vera y mezcla todo. Me lo entrega e indica frotar el líquido en toda mi piel; y… ¡oh, Dios!, ¡cuánto alivio! El calor desaparece como por encanto.
Más tarde, intento salir, y Uiara grita como el día que iba a matar a una mosca.
- ¡Nooooooooooooo! ¡No salga!
He aprendido a obedecer mecánicamente ese grito tan terrorífico de Uiara como un reflejo condicionado; y cual resorte, me veo sentada nuevamente en la silla donde estaba.
- ¿Qué sucede? - pregunto alarmada.
- ¿Olvidó que las moscas ninfas de este poblado se alimentan de olores agradables? Si sale, la perseguirán y aunque no le harán daño, usted se asustará.
Empiezo a observar a las moscas que danzan cerca de la ventana que también está cubierta de malla metálica. Contemplo sorprendida cómo se transforman en ninfas esplendorosas y una de ellas, creo que es la reina, vuela alrededor de la otras como ordenándoles algo.
Uiara, a mi lado, las mira y exclama.
- Señorita, las ninfas me piden le diga un mensaje que quieren que usted escuche.
- Adelante, Uiara – respondo.
Uiara comienza a trasmitir el mensaje de la ninfa reina.
- Lo único que transforma al humano es el amor, en cambio los miedos le quitan libertad porque vivirán siempre encadenados a ellos.
- Y… ¿Cómo hago para no tenerles, no miedo, sino terror? -cuestiono.
- Deberás primero entender nuestra naturaleza – responde la ninfa reina - ya que sólo se puede entablar un dialogo sutil con lo que se comprende y respeta. Cuando eso suceda, abrirás la puerta de tu corazón y no actuarás más bajo el yugo de tus temores. Así alcanzarás la libertad del ser y jamás tendrás miedo a nada que sea distinto a tu naturaleza ni lo rechazarás por ser diferente.
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