No sé cómo me las arreglé. Aparecieron unos señores de verde fosforito y, hala, a la furgoneta del samur. Soy guapa, lista, de lo más florido de la comarca. Qué extraño tiene que me fume de vez en cuando un porro- con el que regalar mi supremacía. Pero esta vez no sé cómo me las he arreglado- como decía. Ignoraba hasta qué punto es fácil traspasar la delgada linea de la cordura. Para mí- solipsista como soy- aquel fin de semana lo fue también del mundo.
Fumar el porro- sin compartir- y empezar a oír voces fue uno. Lo restante, darle la paliza a mi hermana y lo postrero una llamada de teléfono- de ésta-, y a los quince minutos aparecer los ambulancieros. La vida para mí se ha acabado. Sí, contemplo imágenes- la vista no la he perdido-, pero pinto ya poca cosa en el mundo. Me he hecho- a fuerza de porros- una señora atemporal a la que ha empezado a dar igual un día que otro. Amarrada en la parte de atrás de la furgoneta y a través de la ventana veo cómo se aleja el pueblo. También se ve desaparecer las líneas discontinuas de la carretera. Juego entonces a esnifármelas, como si se tratara de materia para un porro.