TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / miguelmarchan / La vampiresa

[C:587775]

Francisco, Frank para los amigos, no está pasando por un buen momento.

Frank no ha pasado por un buen momento en mucho tiempo.

Frank está tirado en un charco de agua. Toda su ropa está empapada. A Frank le cuesta mucho ponerse de pie.

Después de muchos intentos lo consigue, pero sus piernas, rodillas y tobillos lo traicionan y lo regresan al mundo
mojado donde se encontraba.

Frank está ebrio. Por eso le cuesta ponerse de pie. Caminar es toda una hazaña para nuestro alcohólico héroe.

Aun así, con todos los pronósticos en su contra, Frank pudo ponerse de pie.

Frank levantó el puño a la puerta roja que se encontraba frente a él.

- Volveré, maldito…mañana.

Mañana volverá.

Mañana el cantinero lo echará a patadas de su bar por su mal comportamiento y por no tener dinero para seguir bebiendo.

Revisó los bolsillos de su pantalón barato y mojado.
En el izquierdo solo habían pelusas y un anuncio que promocionaba una hamburguesa con papas fritas y una gaseosa regular por diez soles. Se lo guardó.

En el derecho había unas cuantas monedas.

Frank las contó inútilmente, estaba tan mareado que confundía las monedas de un 1 sol con las de 50 céntimos y las de 10 céntimos con las de 5 soles.

- Me alcanza para el taxi.- concluyó.

Hacía frio y la ropa húmeda era contraproducente para Frank, quien estaba empezando a temblar. Estornudó un par de veces hasta quedar con la nariz mojada.

No sabía muy bien donde estaba. No recordaba haber visto nunca esa casa verde con ventanas negras, o ese poste con luz amarilla (la recordaba con luz anaranjada). La pista estaba llena de basura. En los pocos pasos que había podido caminar Frank pisó un vaso de plástico, una caja de chicles, unos chicles masticados y una cubeta vacía de pollo frito.

- Lo que faltaba.- maldijo al ver su zapato lleno de grasa.

Vio un paradero iluminado con esas nuevas luces amarillas.

Frank vio a una mujer sentada en la banca del paradero como si fuera un Angel recién graduada de la universidad del cielo.

Frank se acercó a ella con sus pasos torpes de borracho. Cualquiera que lo viera diría que es una vergüenza para todos los bailarines del mundo.

Al estar más cerca a Frank se le desvaneció la idea del Angel. La mujer era pelirroja, pálida y usaba un vestido negro.

La mujer se vestido negro se estaba limando las uñas con una lima de oro. Frank no podría decir si esa cosa era realmente de oro. Tenía un color dorado brillante que podría engañar a algún que otro incauto.

La mujer dejó sus uñas, que habían mostrado ningún cambio. Vio al sujeto del traje barato y mojado. En poco segundos llegó a la conclusión que no le gustaba lo que
veía.

Pero que lo iba a necesitar.

- Disculpe.- preguntó el tipo arrastrando las palabras.
La mujer notó que no la miraba a ella. Miraba al suelo- ¿Sabe si por aquí pasan los taxis? Es que necesito tomar uno para regresar a casa.

- Dame sangre.- contestó la mujer.

Frank no necesitaba pregunta: “¿Qué?” para que la mujer se diera cuenta que no sabía de qué estaba hablando.

- Dame sangre y responderé tu pregunta.

- ¿Sangre? ¿Mi sangre?

- Si.- la mujer asintió.

- Ok.

La respuesta de Frank la dejó boquiabierta.

Era la primera vez que funcionaba.

¿Cómo pudo ser posible?

Mejor no desperdiciar la oportunidad.

Frank le preguntó a la mujer si tenía alguna aguja, alguna navaja o algo filoso. La mujer tenía una aguja y una navaja en su cartera. Le entregó una aguja dorada, sus dedos temblaban de la emoción. La aguja era tan larga que hacía que Frank tuviera memorias de las chalinas que le tejían su abuela.

Frank se pinchó el dedo.

Un hilo de sangre salió por el diminuto agujero de su dedo.

La mujer se puso de pie de un salto. Solo le faltaba gritar de emoción para parecer una típica adolescente de 14 años que sabe que va a recibir los boletos de su grupo favorito. Sin embargo su cuerpo no recibió muy bien esa emoción.

La mujer sintió un fuerte dolor de espalda, pero no hizo que su rostro expresara otra cosa que no fuera alegría.
Sabía muy bien que si bebía sangre todo iba a regresar a la normalidad.

Todo menos sus dientes.

Sacó la lengua como un perro hambriento. La fue acercando al dedo de Frank. El resto de Frank le importaba un carajo.

Podía oler la sangre. Eso solo aumentaba su hambre animal.

Frank alejó su cuerpo (eso incluía su dedo) de la vampiresa hambrienta. Diane se le quedó observando, quieta.

¿Qué crees que estás haciendo, idiota?, pensó.

Necesito esa sangre para sobrevivir.

Un litro o dos. Me gusta racionar para los días difíciles.

Los pensamientos de Diane se convirtieron en palabras al ver que Frank había dejado de moverse.

- Necesito esa sangre. Acerca tu dedo de inmediato.
La sangre se había coagulado. Solo quedaba una manchita negra que Frank lamió.

- De hemoglobina fuerte. Perfecto.- dijo Diane en voz baja para que Frank no pudiera escucharla. Cosa que funcionó.

- ¿Para qué quieres mi sangre?- Frank se golpeó el cachete derecho con una de sus manos- ¿Acaso eres un vampiro?

- Mierda, me descubrió.- Diane no se aseguró de haber dicho eso en voz baja.

Diana iba a transformarse en murciélago e irse lejos de ahí. Buscará otra víctima. Pero…

¿Para qué?

Pasará lo mismo con cualquier otra víctima. Diane se sentó de nuevo en la banca. Apoyó la cabeza con las manos mirando el suelo.

Dos cucarachas pasaban al lado de sus zapatos.

Diane sonrió tristemente.

“Ojalá las cucarachas tuvieran la sangre más deliciosa”.

Frank veía como la vampiresa admiraba la tenacidad de las cucarachas para moverse en una vereda tan mojada. Ella se dio cuenta de su presencia y le dijo:

- Si pasan taxis por aquí. Aunque no he visto pasar uno en las dos horas que llevo sentada aquí.

- Gracias, ¿Eres un vampiro?

Diane asintió sin saber muy bien porque reveló su secreto a un simple mortal. En el fondo, muy en el fondo, si sabía porque lo hizo. Quería desahogarse pero no tenía dinero para un psicólogo y escribir un diario le parecía una pérdida de tiempo.

Además el psicólogo podría ser un cazador de vampiros.
Era obvio que Frank no tenía nada que ver con ese club de bastardos llamados “la sociedad de los exterminadores de colmillos”.

Cualquiera que pregunte: “¿Eres un vampiro?” no puede ser un cazador de vampiros. Ellos distinguen las señales.

- Sí, soy una vampiresa. Mi nombre es Diane.- le extendió la mano.

- Yo soy Francisco pero me dicen…

No pudo decir “Frank” porque Diane le agarró la mano con todas sus fuerzas. Abrió su boca y lo mordió.

Frank no sintió ningún dolor.

Para él era como un bebé tratando de masticar carne demasiado cocida.

Frank alejó su mano del dominio de Diane. Lo hizo con suma facilidad. Esto le hizo preguntarse:

¿No se supone que nos vampiros son fuertes?

Su muñeca estaba llena de saliva. Había una marca minúscula de dientes. Frank tuvo que entrecerrar los ojos para poder verla. Cuando lo hizo alejó su brazo de su cara porque la saliva tenía un olor desagradable.

- Soy una vampiresa que ha perdido los dientes. Al menos la mayoría de ellos.

Diane abrió la boca. Frank pudo ver que no tenía colmillos.

- ¿Qué pasó?

- Todo fue culpa de mi prima.

- ¿Tu prima te hizo esto?

Diane asintió. No esperó a que Frank le dijera algo. Mucho menos a que terminara de procesar la información de que los vampiros existen.

Continuó son su historia.

- He sido una vampiresa desde hace un par de meses.
Volteó la cabeza. Movió su pelirroja cabellera a un lado para que Frank viera su cuello. Diane pudo oler su aliento a alcohol y sentir como el aire tocaba su piel.
En su cuello había dos puntos hundidos en su piel.

- ¿Y cómo ocurrió?

- Yendo por lo fácil. Déjame darte un consejo. Mejor dicho dos consejos. Primero: - Diane levantó un dedo- nunca camines por un parque a media noche y segundo: - mismo proceso- nunca ayudes al sujeto más pálido que te puedas encontrar.

Frank anotó los consejos en su libreta, que tenía las páginas casi secas.

Diane vio que sus uñas seguían maltratadas. Continuó con su tarea de limarlas.

- Uno de los primeros problemas que tuve que afrontar al convertirme en vampiro era el trabajo. Eso de no poder ir por las mañanas era un verdadero fastidio. Pero se solucionó fácilmente. Solo tuve que cambiar al turno nocturno y asunto arreglado.

Diane sacó una botellita de su bolso. Era un esmalte de uñas de color rojo carmesí. Comenzó a pintarse las uñas con cuidado.

- ¿No hay ningún problema si me pinto las uñas mientras hablamos? Me es imposible mantener las manos quietas.

Frank solo movió un poco la cabeza y le sonrió mostrando un portafolio de dientes descuidados.

- ¿En dónde me había quedado?

- Pusiste en equilibrio tu vida laboral con tu vida de vampiro.

Diane dejó sus uñas a un lado y chasqueo los dedos.

- Toda mi familia estaba al tanto de mi nuevo estilo de vida. A ninguno pareció importarle. Todos estábamos felices. Salvo por el hecho de que tenían que tomar algunas tazas de café durante las cenas familiares…todos menos mi prima.

El pensar en su hermana la hizo enfurecer. Apretó el puño con tanta fuerza que el esmalte de uñas se hizo pedazos. El líquido rojo carmesí ensució sus dedos. Diane hubiera preferido que ensuciara sus uñas.

Diane maldijo en voz alta. Revisó en su bolso en busca de un pañuelo pero no encontró nada parecido. Frank le alcanzó un viejo pañuelo que no había usado en meses.

Diane le dio las gracias. Frank se puso contento de haberla ayudado.

Su mano seguía estando sucia. El pañuelo había mutado de blanco a rojo. Estaba inservible.

- Mi prima siempre estuvo celosa de mí.
Una inyección de soberbia entró por sus venas.

- ¿Y cómo no estarlo? Soy una persona hermosa y exitosa. Mientras que ella…pues, no lo es. Malas notas en la escuela, incapacidad de ingresar a la universidad después de cuatro intentos, una papada del tamaño de tu puño- Frank se lo revisó para medir las proporciones- y un trabajo de secretaria muy mal pagado.

- La suerte no se transmite entre familiares- dijo Frank.

Frank estaba rascándose la cabeza disimuladamente. El agua del charco de había provocado un sarpullido en la cabeza, la espalda y los testículos. Frank quería rascarse hasta que partículas de su propia piel queden adheridas a sus uñas.

No lo hizo por respeto a la chica sobrenatural.

- Tienes razón, amigo.

¿Amigo?

Recién nos acabamos de conocer. Los pensamientos de Frank quedaron solo en eso. En pensamientos.

- Casi olvido un pequeño detalle: mi prima se llama Jesica. Jesica tenía tanta envidia de mí que fue al parque, donde me mordieron, para convertirse en un vampiro.
Esto hizo que Frank se riera. Diane lo notó. Solo hizo una pequeña expresión de aprobación apenas la vio.

- Tienes razón de reírte. Si me hubieran contado lo mismo yo estaría de espaldas riéndome a carcajadas, con las manos en la barriga y con lágrimas en los ojos.- la pequeña sonrisa que Diane había formado desapareció en un instante- pero no me dejaste terminar.

- ¿Qué pasó?

- Un vampiro estaba a punto de morderla pero Roy, un cazador de vampiros, la salvó. Ambos se enamoraron y se volvieron novios en menos tiempo de lo que un tarda en decir “fáciles”. Ambos compartían algo un odio en común. Jesica me odiaba a mí y Roy odiaba a mi especie.

La boca de Frank formó una “o” perfecta. Estaba muy animado por la narración de Diane. La historia se estaba haciendo más interesante con cada información nueva que salía de los labios de la vampiresa.

Era verdad eso de que Diane no podía mantener las manos quietas. Estaba jugando con un yoyo, haciendo trucos sin éxito.

- Una mañana Roy entró a mi cuarto. Sostenía una estaca de madera bien afilada. Sé lo bien afilada que estaba por el enorme agujero que le hizo a mi almohada. La quería clavar en mi corazón. Pude despertarme a tiempo para ver su rostro sanguinario con ese horrible bigote mal cortado y esos ojos cargados de odio azul.

Frank se sentó en el suelo. No le importaba que estuviera sucio. De todas maneras un poco de suciedad no le iba a arruinar la experiencia de semejante historia.

Frank pensaba cambiar su guardarropa en un futuro muy cercano, cuando consiga un trabajo.

- Como ya dije: Roy había hecho un agujero en mi almohada.- por fin Diane pudo hacer un truco con su yoyo-. Conseguí darle un golpe en la cara, que lo hizo sangrar. Ver la sangre hizo que mi estómago rugiera de hambre.

Frank levantó una ceja.

- ¿Qué?, no había comida nada en más de 12 horas. Iba a morderlo y chuparle la sangre hasta dejarlo como un tubo de pasta de dientes aplastado, pero no contaba con que Roy también tenía manos y podía formar un puño. Me golpeó en la cara. – Diane dejó su yoyo a un lado e hizo una simulación usando su propio puño-. No me habría hecho ningún daño pero el muy desgraciado estaba usando un puño de hierro…ahora que lo pienso estaba usando un puño de plata. A nosotros los vampiros la plata nos lastima por partida doble. El golpe me dio en la boca. Expulsó algunos dientes, junto con mi sangre. Roy me dio dos golpes más.- Diane se frotó la boca, como si un dolor fantasma la hubiera atacado-. Roy volvió a agarrar la estaca. Listo para terminar con el trabajo. Pero conseguí escapar.

- ¿Cómo conseguiste escapar?- Frank no tenía palomitas de maíz pero si uñas.

- Me convertí en murciélago.- Ahora Diane estaba jugando con su cabello-. Sin mis dientes no puedo alimentarme. Por eso Roy dejó de perseguirme, sabe muy bien que si a un vampiro le quitas los dientes lo condenas a una muerte lenta. Hace una semana que no cómo. Te lo imploro. Dame un poco de tu sangre.

- ¿Tus dientes no vuelven a crecer?

Diane asintió.

- Si crecen, pero el proceso tarda entre un mes o dos.

Frank se limpió la garganta con la mejor educación que le enseñaron en su casa. Cuando estuvo más o menos limpia dijo lo siguiente:

- He visto algunas películas de vampiros y en ella vi que los vampiros tenían el poder de hipnotizar a los humanos para que estos sean sus sirvientes.

Diane abrió los ojos (figurativa y literalmente). Parecía el dibujo de un caricaturista que tenía serios problemas para dibujar ojos.

- Es verdad.- maldijo tres veces seguidas usando la misma grosería-. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?- Diane bajó su tono de voz a nivel susurro- Solo necesito a alguien para…

Había alguien.

Un tipo llamado Francisco, Frank para los amigos, que estaba parado a pocos metros de ella. En realidad estaban tan cerca el uno de la otra que esos metros podría ser centímetros.

Los ojos de la vampiresa se volvieron codiciosos.

Su boca formó una sonrisa diabólica.

Frank estaba ebrio pero no era estúpido. Retrocedió poco a poco. Sus pasos se hacían más largos.

Diane se puso de pie. Sus zapatos hicieron un ruido muy raro que Frank no pudo determinar que era. Para las cucarachas fue un ruido del más estruendoso.

Varias de ellas huyeron despavoridas a distintas direcciones.

- ¿A dónde vas Frank? Estamos en el paradero de taxis. Tú me dijiste que necesitabas uno para regresar a casa.

Frank quería decirle que no necesitaba un taxi, pero sentía que su lengua estaba enredada.

Quería decirle que el clima era preciosa, no lo era.

Que lo mejor era regresar caminando, no era la opción más recomendable.

Frank se dio la vuelta. Corrió alejándose de Diane, la vampiresa.

- Espera Frank.-gritó Diane.

Frank la escuchó. Siguió corriendo, mucho más rápido.

Frank creía que se había alejado suficiente de Diane para empezar a disminuir la velocidad. Sus pies se lo pedían a gritos.

El paradero de buses había desaparecido de su vista.
Estaba en un barrio con casas bien tratadas pero que no dejaban de oler a pobreza.

Algo golpeó la cabeza de Frank, aturdiéndolo. No pudo ver que era pero sabía que no se iba a detener.

Otro golpe en el mismo lugar.

Frank intentó ahuyentar a la criatura moviendo los brazos torpemente.

El murciélago volaba frente a su cara. Era de color marrón, con alas tan grandes que delataban su origen sobrenatural y unos ojos rojos.

El murciélago, que resultó ser murcielaga, se transformó en una mujer pelirroja de vestido negro.

- Frank, no tienes por qué huir. No es un proceso doloroso.- Diana trataba de calmarlo pero fue inútil.
Frank seguía en un estado de pánico, por dentro y por fuera.

Acercó su mano derecha al rostro asustado de Frank. Sus uñas seguían estando maltratadas. Aún tenía esmalte de uñas en sus dedos.

Movió los dedos un par de veces y dijo:

- Desde hoy serás mi sirviente personal. Harás todo lo que te ordene sin cuestionar.

Chasqueó los dedos. Esperó a que Frank dijera algo como:

1. “Usted mande; yo obedezco”

2. “Tus deseos son órdenes”.

Cualquiera de esas dos opciones habría quedado fantástico pero no pasó nada.

Frank seguía manteniendo la misma reacción de idiota congelado. Diane siguió esperando una maldita reacción.

- ¿Acaso es un hechizo de tiempo retardado?

Chasqueó los dedos un par de veces más en la cara de Frank. Le dio tres bofetadas antes de regresar con los chasquidos. Lo hizo hasta que le dolieron los dedos.
Por fin ocurrió una reacción.

El grito de Frank fue tan agudo que casi destroza los oídos de Diane.

Ella también gritó pero tuvo que conformarse con el segundo lugar en el concurso de fuerza y agudeza.
Algunas luces se encendieron. Esto preocupó a Diane.
Frank le dio algo más para preocuparse.

La empujó tan fuerte que la hizo caer de espaldas al suelo. Frank pasó de largo y corrió tan rápido que se alejó de la vista de Diane en poco tiempo.

Diane se transformó en murciélago. Fue en persecución de Frank.

Pudo ver a Frank. Este seguía corriendo pero ya no gritaba. Tal vez perdió la voz, pensó Diane.

Ojalá haya perdido la voz.

- ¿Por qué mi hechizo no funcionó?- se preguntó a sí misma.

Segundos.

Eso fue lo necesitó para deducir la respuesta.

- No funciona en borrachos.

Se detuvo horrorizada al ver el cuerpo de Frank en el suelo. Un taxi amarillo se detuvo muy cerca de él. El taxista, un hombre delgado de vestimenta informal, salió del auto. Se puso las manos en la cabeza.

Diane regresó a su forma humana y corrió hasta la escena del crimen.

- ¿Qué pasó?

- Este sujeto se me atravesó. Estaba corriendo como un loco…no tuve tiempo de frenar.- el taxista se rascaba las sienes como si eso fuera a resolver sus problemas.

Diane vio la solución de los suyos.

- ¿Estás ebrio?

- ¿Qué?

- Te pregunté si estas ebrio.

- Claro que no. Yo soy un conductor responsable. Toda la culpa la tiene el Usain Bolt este.

Señaló el cuerpo de Frank, que no se movía.

- Por favor no me denuncies. Este taxi es todo lo que tengo.- suplicó el taxista.

Diane le dijo al taxista que se callara. Que le estaba provocando migraña.

Puso su mano cerca de la cara del taxista.

Repitió las palabras del hechizo a medida que movía los dedos.

- Desde hoy viernes 13 de mayo harás todo lo que te ordene sin cuestionar nada. Asiente si entendiste.
Chasqueó los dedos.

El taxista asintió.

Diane saltó de alegría mientras su esclavo se quedaba parado esperando nuevas órdenes.

- Quiero que pongas ese cuerpo en el maletero.

Cuando hayas terminado me llevarás a casa, yo te guiaré. Racionándolo puede que me dure una semana, quizá dos.

Diane se sentó en el asiento trasero. Volvió a su tarea de limarse las uñas. Dejó de hacerlo cuando vio que al taxista
le costaba mucho mover el cuerpo.

- Por los colmillos de Drácula.

Diane se bajó del taxi para ayudar al taxista. Entre los dos pudieron meter el cuerpo robusto de Frank dentro del maletero. Diane se apoyó en la puerta para descansar.
Estaba sudando mucho.

- La próxima vez hipnotizo a un fisicoculturista.

El taxista cerró el maletero. Los dos se subieron al auto.

El maletero se abrió apenas cerraron sus respectivas puertas.

El taxi se movió por una carretera llena de baches. Con el tercer golpe, del bache más profundo, el cuerpo de Frank voló fuera del taxi para caer al suelo. Rodó un par de veces hasta detenerse boca arriba.

Ninguno de los dos se había dado cuenta.

Solo siguieron conduciendo.

- Adiós problemas. En serio, ¿Cómo demonios no se me había ocurrido antes?

Diane tenía el corazón lleno de felicidad y el estómago hambriento de sangre.

Frank se quedó lo que quedaba de la noche mirando el cielo. Ninguna estrella a la vista.

- Y yo no solía creer en vampiros.

Frank se sorprendió de su propia vitalidad. Sufrió un atropello, un intento de secuestro, una caída desde un auto en movimiento y aun así pudo ponerse de pie.

Vio un bar a unos metros. Estaba empezando el día y ya estaba abierto.

- Después de un mal día siempre es bueno un poco de suerte.

Cojeó sin dejar de pensar:

“Ojalá acepten crédito”.

Texto agregado el 10-06-2018, y leído por 54 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-06-2018 Ten mis ***** Kahedi
10-06-2018 Reitero lo que te dije en el cuento que te leí anteriormente, tenés muchas y variadas ideas para ser un excelente cuentero, pondría más énfasis en el pulido y así verías los párrafos que no hacen a la historia. Te felicito, no es fácil escribir cuentos ni fácil tener tantas ideas y encauzarlas. Magda gmmagdalena
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]