Las tardes disonantes después de lluvias
traen consigo la nostalgia amarilla
alojadas en cada una de sus hojas esparcidas como semillas
que brotan a pestañeos por los parques húmedos
empapelando los surcos de la memoria.

Los reflejos como espejismos
entre asomo y asomo cambian la realidad
inundando la vereda sin tregua alguna,
convirtiendo las calles en un gran patio de fantasmas.

Y comienzo a cojear sin anuncio,
a pesar que me advirtieron hace ya un tiempo,
que usara muletas metafísicas
para disimular la disonancia de los pasos,
para no detenerme frente a la sonrisa de todos los ojos
que nacen y mueren en mis mares sin consuelo.

Me advirtieron de los espejos en las esquinas
para evitar las sorpresas de las siluetas,
que se agolpan desesperadamente
y que no huyen como las hormigas,
porque con la lluvia las distancias como el olvido
no existen
y tus sombras involuntarias
no se ahogan bajo los cristales continuos.

Me advirtieron del silencio engañoso
que irrumpirá acechando mis destinos
extraviando todas las miradas sin bordes
que sin la quietud del aviso
sin la urgencia de la seña... no evitaran mis trastabilleos.

Me advirtieron gota a gota de ese vacío de ausencias
de las entrañables y condenables compañías,
que cada cierto tiempo...
el tiempo
nos recuerda que las perspectivas son una invención
que inventamos para evadir el naufragio
de nuestro barco repleto de sueños.

Cada vez (time after time)...
como condena se desencadena la historia
que te hará comulgar con tus tormentos
y caerás en ese enmudecimiento contenido
tan propio de quien vive para pintar tintineos.